Comentario Bíblico Ciclo A

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO

LA ACOGIDA DE LA PALABRA

Algunos tendremos ocasión, en estas vacaciones, de vivir momentos en medio de la naturaleza. Nadie sabe como un contemplativo mirar la naturaleza con mayor admiración. El salmista nos ha dicho: Tu cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida, la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales. Con parecidas palabras el gran contemplativo san Juan de la Cruz, escribía: “Pasó por estos sotos con presura e yéndolos mirando, con sola su figura, vestidos los dejó de su hermosura”. Ciertamente es un regalo poder sentarse con paz interior frente al mar, en la montaña, en la arboleda y poder contemplar el hermoso regalo de la naturaleza. Pero la hermosura debe llevarnos a la pregunta para saber  como es la belleza o fealdad de nuestro paisaje interior, de nuestra bondad o malicia.

El Evangelio nos sitúa ante unos sembrados poblados de mieses maduras, invitándonos a mirar la tierra  de nuestro corazón y observar si lo sembrado está  dando fruto o si, por el contrario, la semilla nos ha resbalado por el piel sin penetrar y se ha quedado expuesta a la intemperies de nuestra inconstancia y falta de hondura

Es cierto que la semilla del evangelio tiene dificultades para sembrarse nosotros.  Como ésta necesita de la tierra, el Evangelio  necesita de la cooperación humana. Su eficacia está condicionada a la responsabilidad del hombre. Con la imagen de la siembra, Jesús señala  tres  actitudes de rechazo: el corazón duro y orgulloso, …;  los veletas, inconstantes y caprichosos…;  los que están esclavizados por la riqueza, la comodidad, el buen nombre o la vanidad… Y la verdadera actitud de acogida de los están preparados para alojar en su corazón la Palabra consoladora del Señor.

¿Qué sentiría Jesús al observar que su Palabra no era bien recibida por todos; o que si la recibían, era mal interpretada y tergiversada; o peor aún que recibiéndola pronto la hacían a un lado por apatía? ¿No se sentiría fracasado, relegado y desilusionado? ¿Qué era lo que fallaba, su manera de hablar; o la manera de escuchar de la gente?

Podríamos decir que la gente oía a Jesús, pero no que le escuchaba. y por lo tanto no estaba dando los frutos que debía  dar.

Esto nos puede llevar a pensar un poco en nosotros ¿Escuchamos la Palabra de Dios o sólo la oímos? ¿Cuántas veces nos limitamos a “oír” en Misa y salir de ella como si nada hubiéramos escuchado?

La rutina en nuestra relación con Dios o lo que es peor  el miedo a que Dios nos pida demasiado, nos hace oír, pero no escuchar la Palabra. La indiferencia a vivir con un mayor compromiso, el apego excesivo a nuestra comodidad puede que nos permitan tener el silencio interior para escuchar la  voz Dios.

Manuel Antonio Menchón

Vicario Episcopal

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