DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO
enviados a proclamar el amor de Dios
Las lecturas de hoy nos hablan de enviados de Dios y de su mensaje. La primera lectura recuerda las palabras de Amós, que se presenta como profeta enviado por Dios, y el evangelio la misión del grupo de los Doce. Por su parte, la segunda lectura resume en un himno de acción de gracias el contenido del mensaje cristiano.
El grupo de los Doce fue un signo importante en la misión de Jesús, que consistió en realizar el último llamamiento para congregar el pueblo de Dios. Hubo otros llamamientos anteriores por Moisés y los profetas, el de Jesús fue el último, definitivo y eficaz. Para ello proclamó con su palabra esta decisión divina y realizó una serie de signos que ayudaran a comprender el alcance. El hecho de elegir un grupo de Doce personas para que estuvieran con él permanentemente tenía un significado especial. Doce era el número de las tribus de Israel. Con ello Jesús se presentaba como el Mesías que venía a reunir el pueblo de Dios. El grupo de los Doce, por una parte, es expresión de todos los discípulos, de todo el pueblo de Dios. Fueron llamados libremente por Jesús para estar con él y para ser enviados, compartiendo su tarea al servicio del Reino (Mc 3,13-18). Desde este punto de vista, son expresión de lo que tiene que ser y hacer todo el pueblo de Dios: estar con Jesús y ser enviados a la misión. Por otra parte, a estos Doce acompañantes, después de su resurrección, Jesús les confió la tarea especial de ser apóstoles cualificados y cimiento de la Iglesia (Ef 2,20), continuada hoy por el papa y los obispos.
Ser cristiano es ser misionero viviendo el mensaje de Jesús y dándolo a conocer. La segunda lectura resume muy bien este mensaje: dar a conocer el amor de Dios Padre a cada uno de nosotros, amor que ya actuaba antes de nuestro nacimiento. Antes de la creación del mundo pensó en cada uno de nosotros, creando nuestra identidad única y personal con un destino y una tarea. Por amor le dio existencia concreta, por medio de nuestros padres. Lo hizo por amor, pues, si odiara a alguno, no lo habría creado (Sab 11,24). Nuestro destino final es ser transformados por el Espíritu Santo en hijos de Dios para poder compartir la gloria de Jesús resucitado, en el cielo. Esto exige vivir una existencia en este mundo en el amor, igual que la de Cristo, existencia que es posible porque Cristo ha muerto y resucitado por nosotros. Gracias a Dios ya vivimos en esta situación: por la fe y el bautismo hemos recibido la redención, el perdón de los pecados y somos hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Más aún, se nos ha dado a conocer este plan salvador de Dios para que colaboremos con él y lo demos a conocer a los demás. Y caminamos seguros hacia el futuro. El Espíritu Santo nos ha sellado como señal de pertenencia a Cristo y como garantía de nuestra salvación final. Todo esto lo hace Dios Padre para alabanza de su gloria: Dios se engrandece salvándonos y compartiendo su gloria.
En la celebración de la Eucaristía el pueblo de Dios realiza su tarea más importante: alaba y da gracias al Padre por Cristo por la gracia de haber sido elegidos; junto a esto realiza de manera especial la tarea de “estar con Jesús” y conocerlo mejor, que define al discípulo, y finalmente recibe alimento para ir a la misión como testigo del mensaje que debe anunciar.
Primera lectura: Am 7,12-15: Ven y profetiza a mi pueblo
Salmo responsorial: Sal 84,9-10. 11-12. 13-14:Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación
Segunda lectura: Ef 1,3-14: Nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo
Evangelio: Mc 6,7-13: Fue enviando a los Doce.