Comentario Bíblico Ciclo C

CORPUS CHRISTI

«Esto es mi cuerpo… Esta es mi sangre»

En un mundo que se mueve a toque de mensajes, la capacidad de resumir grandes ideas en pocas palabras, es una cualidad especialmente valorada. La tradición de la Iglesia comprendió hace muchísimos años que ser capaz de destilar grandes reflexiones en pocas palabras, era un esfuerzo que merecía la pena a la hora de transmitir las verdades de la fe. Prueba de ello son aquellos catecismos que a través de breves preguntas y respuestas concisas, transmitieron las grandes verdades de fe.

En aquellos catecismos se preguntaba: «¿Quién está en la Sagrada Forma tras las palabras de la consagración?». La respuesta era: «Jesucristo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad». Estas palabras transmitían, sintéticamente, la verdad de la Encarnación del Hijo de Dios y su obra salvífica en favor de la humanidad.

Con su Cuerpo, Jesucristo manifestó físicamente la ternura de Dios por nosotros. Sus gestos, caricias, miradas… hicieron que Dios pudiese hablar al ser humano en su propio lenguaje. Sin la distancia que existe entre Creador y criatura.

La sangre, en la tradición judía, es la sede de la vida. Cuando Cristo derramó su sangre en la Cruz, estaba derramando la vida misma de Dios sobre el mundo. Ahí está nuestra salvación. Con su Sangre, Jesús ha firmado con nosotros una alianza que nada ni nadie podrá romper jamás, asegurándonos que siempre tenemos oportunidad de volver a la amistad con Dios .

Cuando se afirma que en la Sagrada Forma está presente el alma de Cristo, se nos recuerda la verdad de la humanización de Dios. Cuando el Hijo de Dios se hace hombre, no olvidó tomar todo lo que es propio del ser humano. Todo lo ha tomado Jesucristo para hacerlo nuevo, de manera que aquello que nosotros hemos roto con nuestro pecado, Él lo ha reconstruido al ser asumido por Dios mismo.

… Y divinidad. En la pequeñez de la apariencia de un poco de pan sin levadura, Dios nos da su propio ser, de manera que cada uno de nosotros pueda romper los límites de la condición humana y esperar lo inimaginable; compartir la vida misma de Dios. Vida que no se acaba, que rompe, incluso, las barreras de nuestra gran enemiga; la muerte. Recibir la vida de Dios es recibir el comienzo de una vida para siempre.

Cuando Jesús Sacramentado recorra nuestras calles en este día de Corpus Christi, cuando contemplemos a Dios mismo caminando por nuestra calles y visitando nuestras casas, que brote de nuestro corazón y de nuestros labios: «Cantemos al Amor de los amores, Dios está aquí».

Victoriano Montoya Villegas

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