Comentario Bíblico Ciclo B

SANTÍSIMA TRINIDAD

Dios es comunión

Después de haber celebrado en el ciclo cuaresma-pascua la acción salvadora de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, la Iglesia nos invita en este domingo a agradecerla, adorando el misterio de Dios uno y trino y correspondiendo a él.

No se trata de intentar conocer el misterio de Dios, que siempre permanece en el misterio e inaccesible al hombre, sino aproximarse con humildad y acción de gracias. Cuando Moisés pidió a Dios que le dejara ver su rostro, Dios le contestó   que el hombre no puede ver a Dios y seguir vivo, pero que pasaría delante de él, lo escondería en la hendidura de una peña y solo le permitiría verlo de “espaldas”, y así lo hizo (Éx 33,20; 34,1-5). A Dios solo se le puede “ver de espaldas”, es decir, por medio de sus obras propias en su paso por la historia, explicitadas por su palabra reveladora, especialmente por el envío de su Hijo, Jesús, imagen de Dios invisible (Col 1,15).

La palabra “trinidad” con la que designamos ahora el misterio de Dios uno y trino no aparece en la Biblia sino que fue creada por los Santos Padres en los primeros siglos de la Iglesia exponiendo el misterio de Dios uno y trino. Responde a una preocupación propia de la cultura greco-romana que se interesa por conocer en la medida de lo posible la naturaleza de las cosas, “qué es alguien o una realidad”. Pero la forma de pensar de los autores de la Biblia es diferente y su interés recae en saber “qué hace”, “de qué nos sirve”. Por ello en la Biblia se presenta a Dios en acción, como el creador que por amor crea el mundo, como el salvador que ama a su pueblo y lo libera de la esclavitud de Egipto, como el misericordioso que perdona los pecados, como el único Dios porque es el único que salva, mientras que los ídolos son un engaño que no salvan.

Es lo que nos recuerda hoy la 1ª lectura, en la que se nos invita a comprobar que el único que salva es Dios. Los antiguos adoraban estatuas de ídolos, esperando favores de ellos, nosotros no hacemos esto pero nos creamos otros ídolos, como el dinero, el poder, el prestigio, a los que servimos creyendo que nos van a salvar, y es un engaño. Más adelante Jesús de Nazaret se presentó como Hijo de Dios y nos habló del Espíritu Santo como perteneciente al misterio de Dios, y Dios confirmó su enseñanza resucitándolo. El evangelio de hoy es uno de los textos en que Jesús nos habla de este misterio de Dios, uno y trino. Finalmente los apóstoles profundizando en la enseñanza de Jesús nos enseñan, como hoy en la 2ª lectura, que este misterio está íntimamente relacionado con el hombre, pues el Espíritu nos une a Jesús y nos hace hijos de Dios a quien podemos llamar padre.

Dios ha querido elegir este lenguaje de tipo dinámico para aproximarnos al misterio con el fin de que respondamos también de forma dinámica, con nuestra vida. Por ello esta fiesta no es una invitación a especulaciones sobre quién es Dios sino a aproximarnos con humildad y acción de gracias al misterio de Dios uno y trino y a vivir sus consecuencias, pues si Dios ha creado al hombre a su “imagen y semejanza”, todos llevamos en nuestro ser cristiano la impronta de la Trinidad.

El evangelio recuerda que nuestra vida nueva participa de la vida de Dios, pues estamos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, en el bautismo el Espíritu nos une a Cristo, el Hijo, y este al Padre, quedando participando la vida de Dios. Por eso Jesús continúa diciendo que tenemos que vivir de acuerdo con sus enseñanzas en las que nos detalla cómo tiene que vivir un hijo de Dios. De ello también nos habla la 2ª lectura recordándonos el hecho de nuestra filiación adoptiva por medio del Espíritu, que nos capacita para vivirla.

Una de las facetas de esta vida es la comunión con los hermanos y en la sociedad. Si participamos la vida divina, nuestro ADN es portador de comunión, igual que Dios no es soledad sino riqueza de vida en el amor entre las tres personas divinas. De aquí la necesidad de mantener la unidad con los demás miembros del Cuerpo de Cristo, manteniendo cada uno su propia personalidad. Esto exige renunciar constantemente al egoísmo y al aislamiento y vivir en actitud de servicio a los demás. La pedagogía de la Iglesia ha resumido esta faceta en la fórmula que repetimos constantemente y resume nuestra fe, cuando nos santiguamos “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Según 1 Cor 12,4-6 los dones divinos provienen de las tres personas divinas en común, pero cada una deja su propia impronta: porque viene del Padre es capacidad de obrar, porque viene del Hijo es servicio, porque viene del Espíritu es gratuidad y amor.

Con este breve rito queremos decir que actuamos con el poder del Padre y para su gloria, identificados con el Hijo, el que murió y resucitó, es decir, que actuamos en actitud de servicio, y finalmente con el amor del Espíritu Santo. Y mientras lo pronunciamos hacemos sobre nuestro cuerpo el signo de la cruz, la gran manifestación del amor del Padre que nos entregó a su Hijo, del amor del Hijo que se entregó por nosotros y del amor del Espíritu que nos capacita para actuar en esta atmósfera de amor.

La celebración de la Eucaristía es celebración del misterio de Dios uno y trino. El Espíritu Santo nos une a Cristo y por Cristo adoramos al Padre, ofreciendo nuestra vida. Todo esto se significa en la gran doxología: Por Cristo, con él y en él, a ti Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

  • Primera lectura: Dt 4,32-34.39-40: El Señor es el único Dios arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro…
  • Salmo responsorial:Sal 23,4-5.6 y 9. 18-19. 20 y 22: Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor.
  • Segunda lectura: Rom 8,14-17: Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: Abbá, Padre.
  • Evangelio: Lectura del santo Evangelio según san Mateo 28,18-20: Bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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