DOMINGO I DE ADVIENTO
Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación
Lecturas: Jeremías 33,14-16; Salmo 24; 1 Tesalonicenses 3,12-4,2 y Evangelio de San Lucas 21,25-28.34-36.
Hace unos años, durante el transcurso de una afable conversación con un profesional de la salud, me desveló con una pícara y amable sonrisa que sería cuestión de tiempo que su consulta se poblara de pacientes y que estos supondrían inmediatamente, numerosos beneficios que costearían su puesta en marcha. Mi curiosidad pudo más que la prudencia y le pedí por favor que me lo explicara. No era difícil de entender. El uso y abuso de dispositivos electrónicos obliga a posiciones poco naturales para nuestra biología. Tener la cabeza siempre hacia abajo afectaría a diversas partes del cuerpo. La terapia esperaba impaciente.
Mi mirada durante esos días se detuvo, sin pretender molestar a nadie en observar una realidad que a todos nos resulta más que familiar. Legiones de personas en todo momento y lugar, somos incapaces de despegar los ojos de nuestros dispositivos, siempre con la cabeza hacia abajo. Extraordinaria metáfora y valioso resumen de un mundo que se enfrasca en una pantalla y procura resolver en ella el amplio espectro de sus “aparentes necesidades”. Pretendemos constantemente consultar al actualizado “oráculo de Delfos”, siempre bien dispuesto y solícito a satisfacer nuestros “enigmas”. Sin embargo, al encerrar nuestra mirada y nuestro corazón en nuestra “bolita de cristal”, enclaustramos simultáneamente las diversas esperanzas que buscan alimentar nuestra vida. Nos convertimos en la medida de todas las cosas y esperamos con inquietud que la realidad no nos devuelva el golpe bajo el manto de la insatisfacción y la dulzura en la que embadurnamos el egoísmo y la codicia.
Esta semana inaugurando el Adviento, el Evangelio nos habla de los retos a los que tenemos que enfrentarnos constantemente. Responder a la llamada de Jesús y alzar la cabeza, ampliando la mirada, se convierte en una actitud necesaria para poder abrirnos a la iniciativa del que es un creador incansable de esperanza. Toda su existencia consistió en contagiar a los demás la esperanza que él mismo vivía desde lo más profundo de su ser. San Lucas nos invita aquí y ahora a catapultar nuestra vida con este grito de alerta. Cristo puede despertarnos de tanta frivolidad y ayudarnos a asumir la vida de una manera más solidaria y responsable. “No queda defraudado quien en ti espera” (Salmo 24,3).
Ramón Carlos Rodríguez García.
Sacerdote.