DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
PROFETAS DE NUESTRO TIEMPO
El Evangelio de hoy es continuación del relato del pasado domingo, que sitúa a Jesús en la sinagoga de Nazaret. Cuando Jesús terminó de leer el texto del profeta Isaías había expectación entre los asistentes. Contra todo lo previsto, Jesús, se expresó con dureza al explicarlo. Dijo: Esta escritura que acaban de oír se ha cumplido hoy. Todos se admiraron. Pero de la admiración, pronto pasaron al rechazo. Cuando una persona alcanza una cierta notoriedad, a su alrededor, se congregan los de su pueblo, sus familiares, sus amigos. Todos pretenden “sacar tajada” de amigo o familiar famoso. Los vecinos de Nazaret, no eran excepción.
Pero Jesús no pensaba como acostumbra la gente. Para Él no había, no hay, favoritismos. Quiso proclamarlo con valentía y claridad. Y a aquella gente galilea, no les sentó bien. Se enfadaron al ver que no podrían sobornarlo y quisieron acabar con aquel convecino del que no podían conseguir lo que pretendían. Hay un rechazo a Jesús porque no podían creer que alguien que era bien conocido de ellos, el hijo del carpintero del pueblo, pudiera decir y hacer las cosas que Jesús decía y decían que hacía. Pensaron que no tenían nada que aprender de un simple compatriota, pobre y sin estudios. En todo caso, podía aprovecharse de él si hacía los milagros que decían que hacía en otras aldeas y ciudades….. Pero no estaban dispuestos a aceptar ideas que cambiaran sus esquemas tradicionales.
Desde aquellos nazarenos a nuestros días, no se ha cambiado mucho en esta postura tan humana: resistir al cambio y manejarnos con aquellos esquemas que más convienen a nuestra pereza y a nuestros intereses. Como Jesús fue para muchos judíos un estorbo y un mal ejemplo que había que eliminar, así también hoy día son muchos los que rechazan a los que vienen trayendo ideas nuevas y un proyecto nuevo. Por eso nos dice el evangelio, que no realizó allí ningún milagro, aunque curó a algunos, pero el gran milagro de la conversión no se dio.
El Señor nos da el ejemplo a seguir. Y nosotros, como profetas de nuestro tiempo, tenemos que ser capaces de anunciar sin temores el evangelio, de analizar cada uno de los conflictos de nuestras sociedad a la luz del evangelio, y aportar nuestra opinión y colaborar con los cambios que sean necesarios, predicando con el ejemplo, con la vida. Nuestra manera de vivir es nuestra predicación. No hace falta tener un micrófono, tribunas o escenarios para predicar. Todos somos predicadores. Nuestra presencia en la iglesia predica nuestra fe, nuestro amor a Jesús y nuestro deseo de vivir como él vivió.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal