DOMINGO III DE PASCUA
DE EMAÚS A JERUSALÉN
La comida judía, sobre todo la cena pascual, comenzaba con un pequeño rito: el padre de familia partía el pan para repartirlo a todos, mientras pronunciaba una oración de bendición. Este gesto expresaba la gratitud hacia Dios y a la vez el sentido familiar de unión en el mismo pan.
Seguramente que muchos de nosotros hemos vivido esa misma experiencia de iniciar la comida, en nuestras casas, partiendo el pan, después de hacer sobre él la señal de la cruz . Se consideraba como un pequeño pero significativo rito, de unidad familiar. Por eso la hora de la comida era “sagrada”.
El Señor también realizo este gesto de familiaridad con la humanidad en la doble multiplicación de los panes y, de un modo muy especial, con los suyos, cuando en la última cena “tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio…”hecho su cuerpo entregado”. Este fue también el gesto que más impresionó a los discípulos de Emaús cuando reconocieron al Señor ” al partir el pan”.
Al final del relato, el evangelista comenta que los dos discípulos, volvieron presurosos a Jerusalén y contaron a los discípulos cómo lo habían reconocido “al partir el pan”y se encontraron con que también, en esta primera comunidad, existía ya la certeza de la resurrección de Cristo
Ellos habían reconocido su presencia precisamente por el mismo gesto que su Maestro antes de morir había dicho que fuera repetido en memoria suya.
Los que se habían marchado a Emaús, es decir, a lo cotidiano, a lo de siempre, a la muerte de la ilusión que Jesús había sembrado en ellos, al refugio de la desesperanza, al lugar para mantener viva la tristeza… Vuelven ahora a. Jerusalén, lugar de comunidad eclesial de fe, de encuentro con el Señor, de motivos para la ilusión, la alegría y la fuerza para el testimonio.
El término bíblico “partir del pan” se refiere a la Eucaristía. Cada vez que se repite en la celebración aquello que Jesús dijo a sus primeros discípulos que hicieran en memoria suya, no sólo recordamos lo que Él mismo realizó, sino que además serevive esa misma experiencia de reconocerle resucitado y presente en medio de nosotros. Es como el reencuentro comunitario de Jerusalén, donde expresamos el gozo de la fe, la alegría de los que “hemos visto al Señor”, la gratitud por la muerte generosa y la resurrección esperanzadora que nos ha salvado, el gozo inmenso de la fraternidad y salimos entusiastas y alimentados por la fuerza del Jesús, “pan partido”, para comunicar con valentía, audacia y humilde firmeza la mejor de las noticias: la Buena Nueva del Evangelio de la Resurrección.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal