DOMINGO III DE CUARESMA
JESÚS Y LA MUJER DEL POZO
El relato evangélico de hoy es una excelente exposición del la pedagogía de Jesús para ayudar a la mujer samaritana a que sea capaz de encontrarse con el verdadero rostro de Jesucristo y, en él, encontrarse consigo misma y con sus hermanos.
Si nos detenemos con calma y hacemos una lectura reposada del relato del evangelio de san Juan, podremos llevar nuestra imaginación a la escena y descubrir el modo que tiene el Señor de hacer frente a una situación tan delicada.
Un Jesús fatigado descansa junto al brocal del pozo de Jacob. Los pozos en aquella época, solían quedar a unos kilómetros del pueblo. La gente tenía que ir a ellos para sacar el agua necesaria, llevándola en cántaros pesados, trabajo que realizaban normalmente las mujeres.
Esa necesidad es la que permite el encuentro de Jesús con aquella mujer de Sicar. Es una mujer samaritana, que tenía su muy específico pasado, sus creencias religiosas samaritanas, consideradas “herejes” por los judíos, sus costumbres de vida entre sus vecinos y su propia de vida personal y familiar.
Jesús no la rechaza ni por samaritana, ni por mujer, ni por su vida escandalosa. Muy al contrario, la respeta tanto que decide ayudarle a reencontrarse con su propia realidad. Sólo cuando la mujer estaba predispuesta, Jesús le ofrece su Palabra transformadora que suscita un cambio fundamental en el corazón y en la vida de la samaritana; viva como el agua que brota de una roca y eficaz para calmar la verdadera sed de felicidad de los humanos.
La mujer acariciada y sanada por la Palabra de Dios se encuentra y acepta a sí misma. Esto le permite abrirse a los demás y al Mesías y convertirse en testigo y anunciadora de la Buena Noticia para las gentes de su pueblo.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal