DOMINGO III DE CUARESMA
En el centro de este camino cuaresmal la palabra de Dios nos propone un evangelio de una gran profundidad. Nos encontramos con una escena que, cuanto menos, nos sorprende. La acción de Jesús expulsando a mercaderes y negociantes, no nos deja indiferentes. Ciertamente, al leer el evangelio a todos nos viene una primera impresión. El comportamiento de Jesús hace que el evangelista Juan recuerde la frase «la pasión por tu casa me consumirá» (Sal 69,10). Tener pasión por algo es apreciarlo, vivirlo y defenderlo como propio. Para Jesús hablar de la “casa de Dios” es hablar de lo que para él es sagrado, que es Dios y su voluntad. Encontramos en Jesús a aquél que está profundamente apasionado por la misión que el Padre le ha otorgado. Por eso, la actuación de Jesús en el templo nos alerta ante posibles ambigüedades e intentos de ponernos, no al servicio del Señor, sino más bien usar las cosas de Dios en nuestro interés.
Este mismo pasaje, es contado también por los otros evangelistas. Ellos nos recuerdan una cita del profeta Jeremías: «habéis convertido mi casa en cueva de ladrones» (Jer 7,11). El profeta se queja pues muchos tranquilizaban su conciencia con el culto en el templo, olvidando la injustica con la que trataban a los otros. Es una exhortación a cada uno a no separar la fe de la vida. No obstante, hay otra lectura más profunda. Para un judío piadoso la presencia de Yahvé en el templo de Jerusalén era como su segundo dogma. El primero era que solo había un Dios al que adorar; el segundo es que, a ese Dios, solo se puede adorar en el templo. Decir que “voy a destruir el templo” equivale a afirmar que Dios va a dejar de habitar ahí. Jesús hace, pues, un gesto profético. Este sistema de culto a Dios ya no sirve, no es lo que Dios quiere, por tanto, no le podéis seguir ofreciendo sacrificios a Dios de esta manera.
Con Jesús se inaugura un tiempo nuevo en las relaciones del hombre con Dios. Él reemplaza el templo antiguo y se presenta como el verdadero templo, como el lugar de encuentro del hombre con Dios. De esta manera, este tiempo de cuaresma nos ayuda a descubrir que, para acceder a Dios, es necesario encontrarnos con la persona misma de Cristo resucitado, unirnos a él, introducirnos en él, como hacía el israelita con la tienda y el templo. Que el verdadero culto es el que se da cuando la ofrenda que ponemos ante Dios no son cosas, sino nosotros mismos, «misericordia quiero y no sacrificios».
Decíamos que la fe va unida al amor y la vida, porque todo bautizado es “templo de Dios”, porque hay una prolongación de la encarnación en cada persona, especialmente en las que soportan el peso del dolor y el sufrimiento, en los pequeños y en los que no tienen voz. Ellos también son templos sagrados en los que encontrarnos con el Señor. Destruir un templo vivo es un gran sacrilegio, y, sin embargo, muchos de ellos son profanados hoy en su dignidad. Que bella invitación, por consiguiente, la que nos hace la palabra a hundir firmemente las “raíces” de nuestra vida cristiana en el Señor, para también descubrirle en el “sacramento” del hermano.
Francisco Sáez Rozas
Párroco de Santa María de los Ángeles