DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
No estamos amenazados de muerte…sino de Resurrección

Lecturas. 2 Mac 7,1-2.9-14. El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna. Sal 16. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor. 2 Tes 2,16-3,5. Que el Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas. Lc 20,27-38. No es Dios de muertos, sino de vivos.
Este mes de noviembre ha comenzado intenso y esperanzador. En la solemnidad de todos los Santos recordamos que somos llamados a la santidad y a poder gozar un día en plenitud con todos aquellos que están en la presencia de Dios. Como Iglesia peregrina celebramos anticipadamente en la mesa eucarística el banquete del Reino de Dios. La Iglesia que es madre no deja de orar por quienes nos han precedido en el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección. Ora por todos los difuntos desde el comienzo de los tiempos, cuya fe sólo Dios conoce, para que purificados de toda mancha de pecado y asociados a los ciudadanos del cielo, puedan gozar de la felicidad eterna. Este domingo nos invita a profundizar en el don de la Vida Eterna. La liturgia de la Palabra nos sumerge en el centro de nuestra fe: la Resurrección.
El Evangelista nos presenta al grupo de los saduceos, formado por la aristocracia religiosa y seglar de la época. Conocidos por su riqueza, pensaban que Dios premia a los “buenos” y castiga a los “malos”. Aceptaban únicamente los cinco primeros libros de la Biblia y despreciaban aquella literatura profética en la que se atacaba sin piedad a quienes propugnaban una mayor justicia social. Negociantes de la religión, no creían en la doctrina de la resurrección y del más allá. Enemigos de los fariseos, terminarán uniéndose a ellos para oponerse a Jesús, cuya predicación del Reino de Dios socaba sus privilegios. La pregunta capciosa que realizan, intentando ridiculizar la realidad de la resurrección le brinda a Jesús la oportunidad de expresar que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos. Si es capaz de suscitar la existencia de la nada, puede arrebatar a la muerte a quienes cree tener bajo su dominio. No le pertenecen, son imagen y semejanza del Creador.
La preciosa comparación sobre los ángeles, descubre la dignidad del ser humano situándolo en la esfera de la proximidad con Dios. Esta realidad la descubrimos en la celebración de la Eucaristía. En ella nos nutrimos del don del resucitado que nos mueve a trabajar promoviendo la vida allí donde la oscuridad, el dolor, la injusticia y las diversas muertes pugnan por ser los protagonistas absolutos e impostores de la existencia.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario