DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
Del estómago vacío al corazón lleno
«En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…», «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera…», «Hace mucho tiempo en una galaxia muy muy lejana…» Algunas palabras como estas nos retrotraen a momentos, lugares, compañía de personas… que desencadenan en nuestra mente y corazón multitud de sentimientos. Igual ocurre cuando escuchamos las palabras: «Un padre tenía dos hijos…». Sin embargo, también puede darse un peligro; caer en la tentación de la actitud de desconexión de aquel que vuelve a escuchar algo que ya conoce.
Superando esa tentación, es bueno dejar resonar la descripción que Jesucristo hace de Dios Padre. Porque lejos de una presentación idealista y aislada de la realidad de Dios, Jesús lo presenta a partir de la íntima relación que une al Padre con cada uno de los seres humanos. Así, Dios se define como amor misericordioso.
Lejos de ser palabras manidas, en la presentación de Jesús, Dios como amor misericordioso, significa la mayor fuerza transformadora para una persona. El hijo pequeño que abandona la casa paterna lo hace con la falsa promesa de felicidad y libertad sin las supuestas restricciones impuestas por el padre. En la lejanía paterna, el hijo pudo llenar su «estomago» con todo lo que deseaba, aunque para ello tuviera que pagar un alto precio; vaciar su «corazón». Por ello, mientras el joven tuvo el estómago lleno, no sintió el vació de su vida. Solo cuando comprendió que por más que le echara su estómago nunca se llenaba, percibió el vacío de su corazón.
Fue entontes, con la experiencia de una vida malgastada, cuando sintió la fuerza que lo atraía; el amor del padre. Se puso en camino buscando saciar el hambre profunda que sentía, no ya en su estómago, sino en su corazón. Y solo el abrazo del padre pudo llenar aquel agujero profundo que experimentaba en lo más profundo de su ser.
Frente a la tentación de pensar que es posible estar en la casa del padre al mismo tiempo que se hacen pequeñas «escapadas» para llenar el estómago, sin reparar en la cantidad de tiempo y energía que a ello hay que dedicar, volver a escuchar las palabras: «Un padre tenía dos hijos…» han de ser para nosotros un recuerdo permanente de la fuerza transformadora que tiene el amor misericordioso de Dios, capaz de dar la auténtica plenitud a cada uno de nosotros; la del corazón. La que no cierra la posibilidad de disfrutar de todo lo bueno y bello que nos ofrece la vida, pero sin desgastarnos inútilmente intentando llenar el estómago.
Victoriano Montoya Villegas