DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO
De árboles, frutos y de tantas otras cegueras

Lecturas: Eclesiástico 27,4-7: Por el fruto se conoce cómo se ha cultivado un árbol. Salmo 91: Es bueno darte gracias, Señor. 1 Corintios 15,54-58: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? Evangelio de San Lucas 6,39-45: Por el fruto se conoce el árbol.
Estos domingos, la Liturgia nos regala a Jesús zarandeando las entrañas de sus contemporáneos con un discurso centrado en cultivar el tesoro del corazón. Presenta la misericordia como criterio imprescindible para afrontar la vida desde el amor a los enemigos. Vencer al mal con la suave fragancia del bien. En esta tercera parte del “sermón de la llanura”, el evangelista aprovecha las escenas de la vida cotidiana para describir cómo ha de ser la actuación del discípulo de todos los tiempos.
Entre el tono enigmático y la sorpresa de sus escuchantes nos envuelve en una permanente llamada a vivir nuestro peregrinar en la fe. Nos ayudara a situarnos saber que es el último domingo del tiempo ordinario. El próximo 2 de marzo, comenzamos la Cuaresma con la imposición de la ceniza. Todo el “sermón de la llanura” que comenzamos hace quince días con las bienaventuranzas, han sido una ayuda inapreciable que facilitará nuestra respuesta a la siempre urgente llamada al seguimiento de Cristo y al encuentro con los demás.
Este camino lo tenemos que rodar liberándonos de nuestro egoísmo, desdeñando todo atisbo tentador de aprovecharnos de los demás. San Lucas nos advierte de dos hábiles compañeros de viaje: hipocresía y orgullo religioso. En ocasiones camuflados y siempre bienintencionados, nos pueden llevar a enjuiciar la conducta de otros sin haber purificado previamente la propia. No elimina la oportunidad de contemplar la vida con la mayor objetividad y movidos por los criterios evangélicos, poder realizar la corrección fraterna. Se nos advierte que no podemos sustituir la verdadera revolución del ser humano que es el amor por la violencia en cualquiera de sus múltiples rostros, el perdón por el reproche y el juicio inmisericorde. En nuestro tiempo ya no es suficiente “hablar de Dios” sino que hemos de “hablar desde Dios”. No podemos ser “profesionales” de lo religioso sino testigos al modo de María (Lc 1,49). Vigilemos nuestra forma de vivir y de relacionarnos, teniendo siempre presente a Jesucristo. Tal y como nos decía San Francisco de Asís: “ Ten cuidado con tu vida, quizás sea el único evangelio que muchas personas vayan a leer”.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario