DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO
En el Sinaí Dios escribió la Ley sobre tablas de piedra, en el Sermón de la montaña Jesús la grabó en los corazones de los hombres.

La primera lectura desarrolla el siempre controvertido tema de la libertad del ser humano. Sartre nos recordaba que estamos “condenados a ser libres”. El libro de Sirácida nos recuerda que el mal no procede de Dios sino de la libertad del hombre. El bien y el mal, la vida o la muerte se nos ofrecen como opción. Los mandamientos de Dios son la “brújula” adecuada para conducirnos a la vida. Somos responsables de crecer o malograrnos. Somos protagonistas de nuestra vida y no envilecidas marionetas en manos de las asépticas moiras. La libertad siempre es grandeza y a la vez provoca vértigo por los riesgos que conlleva. Existe un velado temor a la misma.
Erich Fromm realizó oportunas disertaciones al respecto (miedo a la libertad). La máxima expresión del ser humano en aras de su libertad es la vida en Cristo. Sólo cuando el ser humano abre su corazón al Señor, encuentra la verdadera libertad. La verdad nos hace libres, esa VERDAD es el SEÑOR (San Juan, 8,32). No podemos pasar por alto el fragmento de Corintios. La fe cristiana no es una religión para “tontos”. Su sabiduría no procede del mundo, de quienes “poseen” el poder. Esta sabiduría está manifestada en Cristo. Verdadera Sabiduría que madura la vida de quienes la acogen. San Pablo nos proporciona la clave para poder comprender el Evangelio de este domingo.
Cristo es el único capaz de conducirnos a Dios y de regalarnos la oportunidad de alcanzar la condición de hijos y herederos de su gloria. Este extenso evangelio está repleto de aparentes contradicciones. Sustentando estas antítesis se abordan seis aspectos de la existencia (homicidio, adulterio, divorcio, juramentos, ley del talión y el amor al prójimo). Cristo ilumina cada resquicio de tentación casuística. La tarea de Jesús está en continuidad con la Escritura de su pueblo, pero desvela su auténtica esencia y novedad. No basta un cumplimiento externo de la Ley. Nuestra motivación no ha de ser “cumplir” sino el de responder con generosidad al amor de Dios que se preocupa de orientar nuestra vida hacia la felicidad verdadera. Que la celebración de la Eucaristía renueve nuestro corazón llenándolo de Dios y de los hermanos.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario