Comentario Bíblico Ciclo A

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO

UN MUNDO MÁS RADIANTE Y AROMÁTICO

Nos dice el Evangelio: «Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo»

La sal da gusto y preserva de la pudrición a los alimentos. En este ejemplo de Jesús, tal vez se refiera a la placa de sal que se colocaba en los hornos de tierra como catalizadora del calor. Pero, con el tiempo, iba perdiendo esa cualidad y era desechada.

Dadas las cosas como están en nuestro mundo, el sentido de la imagen es claro: los discípulos están llamados a aportar la novedad (el sabor) del evangelio. ¡Montículos de sal para que el mundo no exhale corrupción!

Los discípulos de Jesús estamos llamados a ser sal, porque en todos los campos y ambientes encontramos algún olor a podrido. Pero, ¿qué hacemos, pues, con la sal de nuestro evangelio? Pueden suceder dos cosas: o que la sal se quede guardada para nosotros en los hermosos saleros de nuestros templos o de nuestras casas. O que nuestra sal se haya desvirtuado, que era la gran preocupación de Jesús. Puede que hayamos perdido sabor y fuerza, que hayamos perdido el entusiasmo de la primera hora.

Tan absurdo es pensar que una sal que no tenga sabor, como que un cristiano que no asume su compromiso frente al mundo, es inservible. Sal y cristiano serán ineficaces

Jesús también nos os dice hoy: «Vosotros sois la luz del mundo»Otro símbolo universal, lleno de expresividad y belleza. ¡Somos luz! Pero tenemos que serlo, combatiendo las tinieblas y la oscuridad del mundo. Y esto no se hace con gritos y lamentaciones, sino encendiendo lámparas. Como dice el proverbio árabe: «Enciende una luz, en lugar de maldecir la oscuridad»

La luz no es para guardarla, sino para ponerla en lo alto y que ilumine. Si cada cristiano fuese una lámpara encendida en un lugar visible – 1.400 millones de lámparas encendidas – el mundo sería más radiante y olería mejor.

La luz del cristiano está en su fe: puede ofrecer verdades y, valores. En su esperanza: puede proclamar ideales, razones para vivir y luchar, sentido a la vida y a las cosas. En su caridad: “…cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”. Pero la luz del cristiano no es propia, sino que la recibe del sol, Cristo. Cuanto más unido a Cristo, más fuego y más luz.

Manuel Antonio Menchón

Vicario Episcopal

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