DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO
SIERVOS E HIJOS
En el relato evangélico de este Domingo, Juan el Bautista dio el siguiente testimonio acerca de Jesús:Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Esta sencilla frase que repetimos con frecuencia en la Misa antes de comulgar, recoge elementos culturales y religiosos enraizados en la historia de Israel. Ciertamente, al señalar al Señor Jesús comoel Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, los oyentes de Juan hacen relacionan la figura de Jesús con los corderos que eran ofrecidos frecuentemente en el templo de Jerusalén como expiación por los pecados cometidos por los israelitas contra la Ley de Dios
Pero Juan Bautista, habla del “pecado del mundo”. Y el “pecado del mundo” es más amplio y profundo que los pecados personales que cometemos particularmente cada uno de los creyentes. El pecado del mundo es un pecado social y estructural que afecta a comunidades enteras de personas: las guerras, el hambre, la injusticia, la desigualdad económica y social, la discriminación, el egoísmo y la ambición sin límites…
Pero no olvidemos que, aunque no son la misma realidad, sí hay una reciprocidad intrínseca entre los pecados individuales y el pecado del mundo, porque el pecado del mundo se concreta y realiza en y a través de nuestros pecados individuales. Si no hubiera pecados individuales no habría pecado del mundo.
Cristo vino a extirpar los pecados individuales y también el pecado del mundo. El pecado del mundo es siempre, en definitiva, un pecado contra el amor, contra el mandamiento nuevo que Jesús nos mandó.
Esa es la misión que se le encomendó a su Hijo y que él realizó haciéndose siervo fiel y obediente al Padre. Curiosamente la palabra hebrea para designar el cordero es la misma que para designar el siervo. Jesús es cordero en cuanto es servidor de sus hermanos los hombres.
Los cristianos somos es esencialmente personas que han decidido imitar y seguir a Jesús el Cristo. Es decir, ejercitar en el cada día concreto de nuestra existencia el mismo estilo de vida que Jesús cristalizó en la realidad concreta en la que vivió. La frase del Bautista que proclamamos antes de comulgar: “Este es el Cordero de Dios”, no es una mera fórmula, sino que se nos recuerda, que quienes quieren unirse a Jesús en la comunión, deben saber que les que se están comprometiendo a hacer suyos los sentimientos y actitudes de Jesús en su vida.
Por eso el cristiano no puede olvidar que es, como Jesús, siervo de Dios; pero ante todo, no puede olvidar que es también, como Jesús, hijo de Dios. Es decir somos siervos en cuanto somos hijos. Dicho con otras palabras, servimos por amor no por temor. Aunque esto, en verdad, hay muchos cristianos que no lo tiene claro, que solo viven la servidumbre, sin gozar de lo que significa ser hijos.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal