DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO
Bienaventurados los que catan el fracaso porque reconocerán a sus amigos

Comienzo estas letras con una provocadora frase de Serrat. En un mundo de búsqueda de éxito y triunfos, jamás podría tacharse de bienaventurados a quienes no “dan el perfil”. Sin embargo, nuestro trovador lo anuncia como una oportunidad para descubrir la verdad…muchos siglos antes, en un monte un poco más bajito que el Sinaí, el Hijo de Dios renovó y elevó la relación con Dios y con los hombres poblándola de palabras desconcertantes que cristalizarán como buena noticia para los preferidos de Dios. Todo el elenco de personajes marginales que pueblan nuestro Evangelio: pobres, humildes, hambrientos, oprimidos, ciegos, cautivos, perseguidos…todos ellos, todos nosotros, somos invitados a subir con Jesús al monte para escuchar sus primeras palabras. No apartes tu mirada del VERBO (JESÚS) ni de los verbos (vio, subió y sentó).
Encontramos a Jesús al aire libre, en un monte como un renovado Moisés. Debemos estar atentos, pues va a compartir el boceto indeleble que articula el proyecto del Reino de Dios. Dios nos está hablando de la felicidad. Sus palabras atraviesan el tiempo y desbrozan el mensaje del profeta Sofonías…de todos los profetas. No basta con buscar la tranquilidad, la ausencia de problemas, sino de encontrar aquella felicidad que nadie ni nada te pueden arrebatar: la certeza de que Dios está presente en nuestra vida. Una presencia que se consolida cuando nos sentimos libres ante el afán de poseer, cuando ejercemos misericordia, cuando trabajamos por la paz y procuramos vivir con un corazón limpio. Así se fragua la dicha.
El primer bienaventurado fue Jesús…también en la cruz sació su sed de justicia y sólo brotó sangre y agua de su costado (Eucaristía y Bautismo), convirtiéndose en manantial para la humanidad jamás afloró un sentimiento de ira o reproche. Sus palabras enriquecen y purifican cualquier atisbo de verdadero perdón: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Así vivió en la intimidad con el Padre y así comparte con nosotros su vida para que desde Él seamos realmente felices. Cuando nos “injertamos en Cristo” entonces somos dichosos, bienaventurados, felices…
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario