DOMINGO IV DE PASCUA
«Yo les doy la vida»
En torno a la imagen de Jesucristo como Buen Pastor, se nos ofrece una presentación condesada de qué es la vida cristiana. El camino seguido por el evangelista Juan para esta presentación es la utilización consecutiva de cuatro verbos: «escuchar», «conocer», «seguir» y «dar».
Para que un encuentro se convierta en relación, lo más importante es escuchar. Vivimos en una sociedad en que los canales por los que se transmiten mensajes son casi infinitos. Por eso, nos hemos acostumbrado a oír mucho, pero escuchamos cada vez menos. El primer paso en la vida cristiana es escuchar, que supone no solo oír, sino abrir el corazón para que lo oído llegue a tener repercusión en mi vida. Dios me busca, me habla, me llama, sale a mi encuentro. Solo si se está dispuesto a abrir el corazón más que el oído, podrá comenzar esa relación de amistad que llamamos vida cristiana.
El segundo momento, resumido en el verbo «conocer». Este paso de la vida cristiana consiste en que yo me haga partícipe del conocimiento que Cristo tiene de mí. Es un conocimiento no basado en los prejuicio y los reproches, sino en la amable aceptación de mi yo más profundo. Todos tenemos cosas que mejorar en nuestra vida, pero a diferencia del modo de aceptación humano, que exige la adecuación del propio yo al parecer del que conoce, el conocimiento que Cristo tiene de mí, no parte de los reproches, sino de aquel profundo amor que me mueve a quererme a mí mismo y, por consiguiente, me lleva a tratar de mejorar día a día.
El tercer verbo es «seguir». A veces, imbuidos de un exagerado sentido de libertad, caemos en la tentación de pensar que seguir a Cristo es perder nuestra autonomía. No nos damos cuenta que, en todo momento, seguimos caminos mostrados por otros. Los caminos del bienestar, la comodidad, la moda, el lujo… no son caminos que nosotros hayamos inventado. Son caminos marcados por otros, que tienen un interés puramente material en que también nosotros los recorramos. Seguir a Cristo no resta libertad. Todo lo contrario, nos libera de muchas cargas que hemos ido cargando sobre nuestra espalda al recorrer otros caminos diferentes al que Cristo nos muestra.
El último paso está resumido en el verbo «dar». Visto desde nuestra perspectiva, sería el verbo «recibir». Seguir a Cristo no es, esencialmente, dar, sino recibir. De Él recibimos la vida, mejor dicho, la plenitud de la vida; paz y felicidad. Solo en la amistad con Cristo, el ser humano puede recibir gratuitamente aquello por lo que más lucha y trabaja. Jesucristo lo da a todos los que aceptan esta relación de amistad que llamamos vida cristiana.
Victoriano Montoya Villegas