DOMINGO IV DE CUARESMA
LA HISTORIA DEL PADRE BUENO
La intención de la parábola de Hijo pródigo, en este tiempo de Cuaresma es manifestar la ternura de Dios que nos invita a estar a su lado. Habitar en su casa es gozar de su misericordia y el cariño de Dios. El hijo pródigo representa al creyente autosuficiente que se ha alejado del camino. Lejos de la casa del padre no hay vida verdadera, sino desgracia y muerte. No vuelve a casa porque ame a su padre, vuelve porque ama su vida. No vuelve a casa porque quiere ser mejor sino porque no quiere morir en el camino. Ni siquiera vuelve como hijo, se contenta con ser un criado más. No vuelve porque le duele el corazón sino porque le duele el estómago. Es un retorno egoísta, interesado. El Padre lo acoge de nuevo, no como criado, sino como hijo, devolviéndole el anillo. La acogida paternal y amistosa del Padre devuelve a aquel hombre la certeza de sentirse querido y lo rehabilita como persona.
Pero en la historia hay otro hijo. “El hijo mayor se indignó y se negaba a entrar en casa”. Seguramente, diríamos, tenía su parte de razón y hasta, tal vez, actuaríamos como en parecidas circunstancias. Un hijo que se porta siempre bien con el padre, que vive continuamente preocupado por la marcha del negocio sin exigir nada para él, es natural que se extrañe cuando oye la música y el jolgorio, y huele el asado del ternero cebado. Y todo porque ha vuelto el hermano menor, después de haber despilfarrado todo lo que el padre tan generosamente le había dado, como adelanto de la herencia.
Nos parece, por tanto, normal que el responsable hijo mayor se indigne y se niegue a participar de esa absurda e inmerecida fiesta.
Lo difícil no es explicar las actitudes de los dos hijos, sino la del Padre Pero es que chocamos con que el padre, en la mente del narrador Jesús de Nazaret, es el Padre Dios. Y ese Padre es capaz de obrar así siempre cuando comprende y perdona nuestros innumerables alejamientos de él y se alegra en fiesta o no saber disfrutar de su presencia, teniéndolo más como vigilante exigente, que como Padre amoroso.
Y Jesús, al narra esta parábola, quiere que también nosotros nos esforcemos en actuar así, al juzgar a los demás. Dios quiere que, en nuestras relaciones con los demás, hagamos más uso de la misericordia que de la justicia legal. La justicia de Dios siempre es una justicia misericordiosa, muy superior a nuestra pobre justicia legal humana.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal