DOMINGO IV DE ADVIENTO
Hágase… Sí, que se haga “eso” que acabas de decir. Estas son las palabras que María desde el fondo de su corazón proclamó ante el anuncio “inesperado”, pero al mismo tiempo tan esperado, por el arcángel Gabriel. Cuando ya está próxima la festividad del nacimiento del Redentor, la Iglesia nos invita a contemplar de nuevo a María, como hicimos en la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Estamos invitados una vez más a contemplar a la Madre de Dios, para prepara nuestro corazón al hecho más trascendental de la historia de la humanidad: el nacimiento del salvador.
Al finalizar el Adviento, nos introducimos en una escena bíblica sin parangón. El arcángel Gabriel anuncia a una joven de Nazaret que va a ser la Madre de Dios. Pero no una madre cualquiera, sino la llena de gracia, la elegida por Dios para traer al mundo la salvación. Cada cristiano en María tenemos una intercesora ante Dios, un apoyo en la dificultad… pero sobretodo un ejemplo de disponibilidad, humildad y esperanza. Esperanza en un mundo que no espera, en un mundo que todo lo quiere al momento… y María espera con esperanza la venida del Mesías, del salvador, del Dios con nosotros, del Redentor.
La esperanza de María es la que le hace asombrarse por el anuncio del ángel que le lleva a confiar en las palabras del mensajero. El evangelista de la infancia de Jesús, nos muestra en este pasaje el vuelco del corazón de María ante la Gran Noticia, ante la Noticia por excelencia: Dios se hace hombre para salvar al hombre y para que el hombre pueda llegar a Dios. Es este el misterio escondido se revela – nos dice san Pablo – se hace visible, se hace cercano, tangible porque María ha dicho SI. Su sí, cambia la historia, pero este sí no es condicional, sino afirmativo; es decir, no pide nada a cambio, es una total disposición a la voluntad de Dios, que al mismo tiempo no es puntual sino permanente en María. Es un compromiso total y personal al que se mantendrá fiel de por vida. Es la confirmación a la vocación de María, es su respuesta a la llamada hecha por Dios de corazón a corazón, en la intimidad de la oración. Su sí, nos muestra el verdadero rostro de Dios; un Dios que valora al hombre y su decisión libre, un Dios que invita personalmente a cada hombre a una íntima relación de amistad, un Dios que quiere la colaboración personal y única de cada hombre…
María no es sólo el medio por el cual Dios se hace hombre, sino que es el modo por el que Dios se reconcilia con el hombre y le muestra el camino de la salvación en su único Hijo: Jesucristo. Cada cristiano, cada seguir de Jesucristo encuentra en María un apoyo, un ejemplo, un acicate… en su respuesta personal a Dios. Dios ha querido que salvar al hombre pero con el hombre y en María ha encontrado en ejemplo de disponibilidad, humildad, entrega, servicio…
En este Domingo, hemos de mirarla a ella, a la que nos trae la salvación con su si, a la que en la nos muestra con su vocación la oscuridad y al mimo tiempo la claridad de la fe. Con ella, hemos de esperar al salvador, con ella hemos de prepararnos para tan grande acontecimiento: El Nacimiento del Hijo de Dios. Pero no olvidemos que José, hombre justo y bueno, no la dejó sola, sino que le acompañó, estuvo a su lado, y supo estar relegado a un plano posterior: su misión era cuidar de Madre e Hijo.
No hemos de olvidar que como en la primera lectura de hoy, Dios va a cumplir su promesa: yo estaré siempre contigo. Ojalá estemos también nosotros siempre en Él y con Él. Que así sea.
Antonio Jesús Martín Acuyo, párroco de Cuevas del Almanzora