Comentario Bíblico Ciclo A

DOMINGO III DE CUARESMA

La mujer de Samaría y la posibilidad de una nueva vida.

Una de las cualidades más valorada en una persona es la sinceridad. Sin embargo, nos causa cierto temor cuando alguien se nos acerca y nos dice: “como yo soy una persona sincera, tengo que decirte…”. Y es que sabemos que, en ese momento, la sinceridad se ha convertido en un reproche, incluso antes que la persona “sincera” continúe hablando.

La cuaresma es un tiempo litúrgico cuyas etapas están muy bien definidas en su intención de ayudarnos a acercarnos más a Jesucristo, librándonos de las cargas, grandes o pequeñas, con que los pecados e incoherencias de la vida diaria nos van cargando. Con esta preparación la Iglesia nos invita a renovar nuestro bautismo y nuestra vida cristiana en la celebración anual de la Pascua. En este itinerario cuaresmal nos introducimos, con el evangelio de la Samaritana, en los denominados evangelios catecumenales.

En la conversación que Jesús mantiene con la mujer de Samaría le describe su realidad personal con una sinceridad que, en la época de “lo políticamente correcto”, parece inadecuada. Pero, a diferencia de lo que ocurre con las personas “muy sinceras”, en las palabras de Jesús no hay recriminación. Solo hay una invitación a mirar con sinceridad la propia vida.

Uno de los motivos por los que los cristianos actuales dejan enfriar su relación con Dios es que se han contaminado de la falsa idea de la propia perfección. Por eso, cuando hay alguien que nos recuerda que somos limitados, que no hacemos siempre las cosas bien, que debemos seguir mejorando en determinados aspectos, que hacemos cosas que son malas… En definitiva, que en nuestra vida existe el pecado, preferimos alejarnos de ese “espejo” que nos muestra nuestra pequeñez y se elige seguir con una vida mediocre.

Cuando Jesús le muestra a la mujer samaritana el pecado que hay en su vida, no está rechazando a la persona, pero no puede aceptar que continúe en su mediocridad vital. La mujer, en lugar de alejarse de Jesús y hacer oídos sordos a sus palabras, es capaz de acogerlas y, en ese mismo momento, aquel peso que arrastraba durante tanto tiempo, es eliminado. Cuando Dios nos señala nuestras pequeñeces y miserias lo hace solo con la intención de eliminarlas de nuestra vida y ofrecernos la posibilidad de una existencia más plena, más libre de todas esas miserias con las que nos hemos cargado. Dios viene a nuestra vida con el deseo de que superemos las mediocridades y salgamos revitalizados como cuando tras pasar mucha sed, al final, podemos disfrutar de un gran vaso de agua fresca.

Victoriano Montoya Villegas

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