
Lecturas: Gen 12,-4. Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios. Sal 32. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. 2 Tim 1,8-10. Dios nos llama y nos ilumina. Mt 17,1-9. Su rostro resplandeció como el sol.
Durante este tiempo litúrgico, la primera lectura nos irá mostrando las grandes etapas de la Historia de la Salvación. Escuchamos este domingo la primera llamada de Dios pidiendo a Abrahán que salga de la propia tierra, patria y familia. Abandonará todo tipo de seguridades. No estamos hablando de la tan llevada y traída “zona de confort” sino del espacio de supervivencia. Fuera de él todo es riesgo e incertidumbre. El patriarca tiene que aprender a fiarse y creer en la doble promesa que se le anuncia: tierra y descendencia. Se convierte entonces en nuestro padre en la fe. La bendición llegará a nosotros por medio de su descendencia, Nuestro Señor Jesucristo. La liturgia nos invita en el espacio celebrativo de la Eucaristía al igual que a Abrahán a ponernos en camino, a fiarnos de sus promesas y a buscar algo nuevo para nosotros y para el mundo.
La Cuaresma es camino hacia la Pascua. La vida entera del cristiano es camino hacia Dios. Este sendero es difícil porque nos exige salir de nuestras comodidades, cargar con la cruz y tomar parte en los “duros trabajos del evangelio.” La Santa Misa nos ayuda como a los discípulos a disfrutar anticipadamente de la meta: una felicidad plena que al alcanzarla nos permitirá disfrutar de “lo bien que se es allí”. Pablo animará a Timoteo ante las dificultades que se presentan ante el reto de la evangelización. Estando prisionero nos recuerda la gratuidad de la salvación que se hace posible en Nuestro Señor Jesucristo. En la cruz ha vencido al mal y al pecado impregnando al mundo con su amor.
En medio de las pequeñas muertes que nos alcanzan, se hace presente Jesucristo con la luz de la resurrección y el infortunio queda relegado ante el amor donado en libertad. La transfiguración fue un bálsamo luminoso para quienes adquirieron el mandato de escuchar. Ante los acontecimientos que nos rodean, urge una mirada de esperanza y de serena reflexión. Debemos sustraernos del enfado y del juicio y sumergirnos en una delicada y atenta escucha a Jesús tal y como nos invita el Padre. Amar y entregarnos como Él. Comprometernos con el sufrimiento de tantas personas. Disfrutar y degustar el don de Dios y llevar su sabor a un mundo que apenas ha empezado a paladearlo.
Ramón Carlos Rodríguez García