DOMINGO DE RAMOS
¿QUIÉN ES ESTE HOMBRE?
Cada año, contemplamos el espectáculo de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Llega desde el monte de los Olivos y, montado en el borrico, atraviesa las calles de la ciudad, posiblemente las mismas que atravesará pocos días después, como sentenciado a muerte, con la cruz sobre los hombros.
Entre la gente que hoy le aclama, habrá algunos que embaucados por los jefes, gritarán.”¡Crucifícale!” Los discípulos que le rodean apasionados, pensando en las prebendas que van a obtener cuando Jesús sea coronado rey, no seguirán cerca del Maestro en el momento del fracaso en el supuesto juicio, en la tortura y en la cruz.
Pero el cortejo también tiene sus curiosos que contemplan, sin inmiscuirse en la manifestación, y que se preguntan: “¿Quién es este hombre?” Cualquiera de nosotros, en ocasión semejante, nos hubiéramos hecho la misma pregunta.
Pero esa pregunta de los jerosolimitanos ha transcendido, sin que ellos lo sospecharan, su tiempo y ha surcado toda la historia del cristianismo, en la que muchísimos hombres de todas las razas, países, culturas y edades, se han hecho y se hacen y se harán la misma pregunta.
Muchos de aquellos que vieron pasar la manifestación, es posible que fuesen peregrinos que estaban en Jerusalén por ser fiesta de Pascua, y pronto se marcharían y se olvidarían de “ese hombre” ; otros no olvidaron fácilmente el interrogante, porque vieron en la manifestación un peligro para sus intereses religiosos, económicos y políticos y desde ese momento decidieron eliminar a “ese hombre”, y otros, que en ese momento tal vez ni se hacían la pregunta, un día encontraron la respuesta y, a pesar de sus fragilidades, hicieron de toda su vida una procesión de seguimiento a “ese hombre”, en quien reconocieron que “verdaderamente era el Hijo de Dios”, el que ha venido “en el Nombre del Señor”. Y le siguieron hasta el final de sus días. Estos últimos dejaron como alfombras por el camino de la vida sus buenas obras, al estilo de Jesús, y son los verdaderos cristianos.
Es importante saber por qué somos cristianos, a quién seguimos y por qué hemos elegido llevar el apellido que llevamos. Para todo eso necesitamos saber quién es Jesucristo, porque sabiéndolo no seremos unos cristianos rutinarios, incapaces de dar al mundo la magnífica lección de vida que dio “ese HOMBRE”. El ímpetu, el ánimo, la imagen de nuestro verdadero cristianismo depende mucho de que nos hayamos preguntando, en un momento determinado quién es JESÚS y no siguiendo por inercia una costumbre, un cristianismo rutinario y sociológico, o folklórico, como puede ser para algunos estos días en que las “estaciones de penitencia”, para ellos son “desfiles procesionales”. Ese cristianismo no vale para salar ni alumbrar al mundo.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal