DOMINGO DE RESURRECCIÓN
VIERON Y CREYERON
Pedro y Juan recibieron el anuncio de María Magdalena estaban. Ellos se acercaron al sepulcro con la carga de las dudas, que les había suscitado las palabras de Magdalena hablando de un robo del cuerpo de Jesús. Llegando a la cueva sepulcral, también la vieron desocupada y salieron aceptando y creyendo lo que tanto trabajo les costaba admitir, como dice el Evangelio: “hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos”.
La verdad es que el acontecimiento era demasiado prodigioso para aquellos hombres que se sentían defraudaos por su Maestro, pues en lugar de darle una victoria y unos cargos relevantes, les había ofrecido muerte para él y miedo y pánico para ellos. De ahí el impacto desconcertante que tuvo en su corazón y en su mente la visión del sepulcro.
El “sepulcro vacío, los dejó desconcertados a primera vista y tal vez se les pasó por la mente, lo mismo que a María de Magdala, que alguien había sustraído el cadáver del Maestro, pero la fe venció las dudas y terminaron asumiendo que, la vaciedad del sepulcro era un ‘signo’ particular: el signo de la victoria sobre la muerte, la verdad de la resurrección. Si el sepulcro cerrado por una pesada losa, probaba la muerte, la piedra removida, sepulcro vacío y las vendas por el suelo, daban al mundo la mejor de todas las noticias de la historia: allí la muerte había sido derrotada.
Pero lo más hermoso del acontecimiento es que del signo sepulcral, Pedro y Juan y las mujeres y los discípulos…, pasaron a la plena visión mediante unos encuentros que se convierten en evidencia y, más aún, en fe en Aquél que “ha resucitado verdaderamente”
Pero esa buena “noticia”, hubiese dejado de ser noticia y, sobre todo, “buena”, si hubiese servido para “uso y disfrute” de los discípulos y amigos cercanos del Señor.
Las noticias son para comunicarlas y mucho más si son buenas, y mucho más si es la gran noticia, la noticia más sorprendente para toda la humanidad. Aquellos testigos de la resurrección, al extender la noticia, pusieron en marcha la Iglesia, la gran comunidad de testigos de Jesús resucitado. Esa es nuestra Iglesia. Esos somos nosotros, testigos de la resurrección, enviados al mundo entero, a anunciar y decir a todos que la muerte “ya no pinta nada”, que hay que vivir, vivir cada día, y ver a Jesús Resucitado en nuestra vida cotidiana, en las empresas, en las escuelas, en las organismos oficiales y sociales, en los campos, en el mar, en los establecimientos, en las superficies comerciales, en los estadios de deportes, en nuestras casas… en la vida.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal