DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD por Ramón Carlos Rodríguez García
Primera lectura: Lectura del libro del Deuteronomio 4,32-34. 39-40
Salmo 32. Dichoso el pueblo que el Señor escogió como heredad
Segunda lectura: Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8,14-17
Evangelio: Final del santo evangelio según san Mateo 28,16-20
La confesión de la comunión trinitaria de Dios es central en la vida de fe cristiana. Creemos en un Dios comunión amorosa y misteriosa de tres personas. Esta confesión no es accidental o anecdótica en la praxis cristiana. Antes que doctrina es acontecimiento Salvador. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo han estado siempre presentes en la historia de la humanidad, donando la vida y comunicando su amor; introduciendo y transformando el devenir de la historia en la comunión divina de las Tres personas.
Podemos hablar de una preparación de la revelación de la Trinidad antes del cristianismo, también en la experiencia del pueblo de la Antigua Alianza. El Nuevo Testamento, nos muestra con claridad una estructura trinitaria actuando a favor de la salvación. La iniciativa corresponde al Padre, que envía, entrega y resucita a su Hijo Jesús; la realización histórica se identifica con la obediencia absoluta al Padre mostrada por Jesús, quien por amor se entrega a la muerte; y la actualización perenne de su acción salvadora es obra del don del Espíritu, quien después de la Resurrección es enviado por Jesús de parte del Padre y habita en el creyente como principio de vida nueva, configurándolo con Jesús en su cuerpo, que es la Iglesia.
El libro del Deuteronomio nos va a presentar a Dios como el único Señor. El ha creado al ser humano, se ha buscado un pueblo entre todas las naciones de la tierra y lo ha salvado de la esclavitud de Egipto por medio de grandes signo y prodigios. Reconocer el señorío de Dios en el cielo y en la tierra, guardando sus mandamientos y preceptos, es garantía de felicitad, prosperidad y larga vida para la persona y toda su familia. Es una síntesis de la fe israelita para fortalecer la esperanza del pueblo y la fidelidad a la alianza.
El salmo nos va a señalar algunas características de Dios: sinceridad, lealtad, justicia, derecho, misericordia. Su palabra es creadora de vida. Sus ojos están puestos en sus hijos para salvarlos de la muerte y la esclavitud. Por ello el pueblo pude confiar y aguardar la misericordia del Señor. La confianza ha de ser siempre su respuesta.
San Pablo a su vez nos invita a vivir el Espíritu de hijos adoptivos que declaran a Dios como padre en una relación de intimidad y confianza. Esta experiencia es provocada en el creyente por la acción del Espíritu Santo. El dinamismo creador y vivificador del Espíritu nos hace herederos de las promesas de Dios participando de la experiencia pascual de Jesús.
Luego la comunidad de discípulos tendrá la experiencia de sentirse enviada a todo el mundo para anunciar el evangelio, extender el Reino, bautizar a todas las personas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Jesús les hace la gran promesa de que él, siempre estará con ellos, has la plenitud de la historia.
Todos estos pasajes mantienen una línea conductora común; la unicidad, la unidad y la comunidad divina trinitaria. Se afirma la unidad en la diversidad. Dios no es un ser aislado, encerrado en sí mismo, solitario y autoritario. Tampoco son tres dioses en competencia o dominación del uno sobre el otro. Es unidad pero también personalidad. Tres personas distintas y una misma naturaleza divina. Es la perfecta comunión de lo diferente en el amor recíproco. La familia humana y la Iglesia están llamadas a ser icono, imagen y singo de la unidad trinitaria. Pidamos incesantemente a la Santísima Trinidad que la humanidad sea cada día más a su imagen y semejanza.
Ramón Carlos Rodríguez García, Sacerdote