DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO
LA ESPERANZA ES LO ÚLTIMO QUE SE PIERDE
Los textos bíblicos de este domingo nos ofrecen dos recomendaciones y una oferta. San Pablo nos insta a ser responsables en el trabajo, como medio, no sólo de subsistencia, sino también como colaboración al bien común de la sociedad. El Evangelio nos advierte, por otro lado, de que el seguimiento a Jesús, si es “camino de rosas” por la felicidad que confiere, será con frecuencia pisando las espinas de la incomprensión y la persecución. Pero, tanto el duro trabajo de cada día, como el difícil camino del discipulado está acentuado por una hermosa esperanza: la espera de un final feliz de la historia, que anunció ya el profeta Malaquías y que propio Señor reafirma con unos símbolos en términos de catástrofe histórica – destrucción de Jerusalén y del Templo-, que, en el fondo, están expresando que todas las cosas de este mundo son transitorias, por mucho que nos empeñemos en eternizarlas.
Claro que hoy podríamos preguntarnos. ¿Realmente a alguien le interesa lo que sucedió con el Templo allá por el año 70? Es más… ¿a la gente de hoy le interesa el tema del final del mundo, anunciado en la Palabra de Dios?
Por supuesto que no se trata de asumir el mensaje de esos agoreros que, desde sectas pseudorreligiosas, anuncian próximas calamidades y el fin cercano de la humanidad.
Pero la verdad es que, acostumbrados como estamos a que cada día sea más bien una repetición del anterior, el fin del mundo es algo que nos suena a ilusorio. La monotonía nos lleva a no temer algo peor, puesto que ya estamos bastantemente mal. La reiteración diaria consigue que no deseemos algo mejor, porque nos conformamos con que al menos nosotros podamos “ir tirando”.
Aunque con frecuencia afirmamos que la esperanza es lo último que se pierde, con la vida lo desmentimos: Hemos dejado de esperar o, tal vez, hemos reducido la esperanza al paraíso prometido por la ciencia y la técnica, y por los líderes sociales y políticos de turno, que se nos presentan como únicos salvadores de la humanidad, ofreciéndonos una felicidad del bienestar, basado en el poseer y consumir.
Cuando se olvida la esperanza, se pierden las ganas y el entusiasmo por vivir, pero cuando la esperanza no pasa de “tejas para arriba” se vive en la constante frustración de los fracasos continuos en nuestro afán de conquistar esa felicidad que el mundo ofrece y de las promesas incumplidas de los que quieren imponernos lo que debemos desear, esperar y conseguir, que en el fondo, es lo que ellos mismo ansían y tampoco consiguen, salvo el placer del poder.
Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal