DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO
“Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”
Primera lectura: Sabiduría 2,17-20. Lo condenaron a muerte ignominiosa.
Salmo 53. El Señor sostiene mi vida.
Segunda Lectura: Santiago 3,16-4,3. Los que procuran la paz están sembrados de paz y su fruto es la justicia.
Evangelio: Marcos 9,29-36. El que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos.
En este domingo el evangelista pone de relieve y como ejemplo la figura de un niño. Los apóstoles que han venido discutiendo por el camino acerca de la superioridad de unos sobre otros se van a encontrar igualados sorprendentemente a un niño. Jesús lo coloca en medio de los apóstoles, este gesto de enorme creatividad, realizado con respeto y cariño nos interpela enormemente. Sin grandes discursos se presenta para todos nosotros una hermosa enseñanza.
Cualquier crío es un mensaje precioso, porque sugiere la disponibilidad, el abandono sin cálculos, la entrega generosa. Es una curiosa paradoja en un momento en el que la comunidad de discípulos de Jesús discuten sobre la jerarquía entre ellos, sobre sus méritos y cualidades. Todos son imprescindibles, todos son importantes y por ello aspiran a algo en la vida.
Jesús les hace y a nosotros junto con ellos reconocer la verdadera cualidad. Así podremos responder a una cuestión fundamental ¿quién es el mayor ante los ojos de Cristo? Para su sorpresa y también para la nuestra, es precisamente el último, el más pequeño, el más humilde. Sólo el servidor de todos, el aparentemente último, ese es el primero ante los ojos de Dios.
Así entendemos que ponga como ejemplo a un chiquillo. En esa época, los “niños” no eran sujetos de derechos, no podían prescindir de la ayuda, protección y guía de los padres y mayores. Jesús tomó a este niño del margen de la comunidad familiar de la casa, de los “últimos” en rango e importancia según la costumbre de la época. Les muestra a los discípulos, mediante el gesto delicado, que ese “niño” debe ocupar el centro de la atención y de la consideración de los mayores.
El Reino que Jesús trae, aporta una dimensión de valores muy distinta a la que vivimos, el Reino refleja su novedad y su fuerza en estas afirmaciones.
Todo esto choca contra los criterios de cualquier sociedad, sobre todo en la nuestra donde pretenden hacernos creer que lo competitivo es lo único que “sobrevive”.
Nos invita hoy el evangelio a vivir conscientes de nuestros límites y nuestras pobrezas, a situarnos en nuestro lugar con capacidad de acogida. Acoger a los sencillos, a los insignificantes, a los que no cuentan para nada significa acoger al Padre y al Hijo. Todos debemos estar al servicio de los demás, especialmente de aquellos que son más débiles y necesitados. Aquellos que ni siquiera son contados entre los últimos, los que están más atrás.
Ramón Carlos Rodríguez García, sacerdote