Autor: Adolfo González Montes - Obispo EméritoDiscursos, Alocuciones y Otros Escritos - Obispo Emérito

Un Papa para el Momento Justo

UN PAPA PARA EL MOMENTO JUSTO

Todos los comentaristas están de acuerdo en que la rápida elección del nuevo Papa deja ver el gran consenso de los cardenales entorno a la figura del Cardenal Josef Ratzinger. Le conozco desde hace ya muchos años y he de confesar que soy un lector de sus libros también desde hace tiempo. Leí algunas de sus obras teológicas más conocidas muy pronto y he seguido con pasión sus avatares doctrinales como Prefecto de la Doctrina, impugnado por los mismos que le negaron el pan y la sal durante los años setenta a Pablo VI y después a Juan Pablo II. Son pocos los análisis de la realidad eclesial y cultural del presente que he podido leer tan lúcidos como los de Ratzinger. Confieso que la lectura y el conocimiento de su persona y el trato que en ocasiones me ha dispensado, la escucha de sus conferencias, la exquisita amabilidad de sus gestos y amenidad de su conversación pausada y dulce, siempre respetuosa, me han resultado profundamente atrayentes.

Mi pronta aproximación al teólogo data de hace más de treinta y cinco años. Fue la lectura de su Introducción al cristianismo la primera impresión de contacto con un pensamiento claro y definido sobre el contenido del credo. Con aquella lectura por aproximación primera al teólogo alemán, cuando llegué a Tubinga en el semestre de invierno de 1972/73 para realizar estudios doctorales, Ratzinger se había alejado de la Universidad suaba para trasladarse a Ratisbona.

Años después, ya profesor de teología en Salamanca, conocería personalmente al teólogo convertido por Pablo VI en Arzobispo de Munich y Frisinga, y por Juan Pablo II en Prefecto de la Congregación de la Fe. Así, cuando en 1989 Ratzinger aceptó tomar parte en los cursos veraniegos de teología de la Complutense en el Escorial, pude tratarle de cerca acompañándole con el entonces colega y siempre amigo, director de aquellos cursos, Olegario González de Cardenal, que había sido jovencísimo profesor mío apenas llegado de Munich a Salamanca. Ratzinger visitó Salamanca y Ávila guiado por don Olegario viajando en mi Ibiza salido de fábrica, utilitario idóneo para profesores de Teología. Desde entonces en diversas ocasiones y con motivos teológicos y pastorales varios he estado en relación con el Cardenal en España y en Roma, le he escuchado con fruición y he tenido la suerte de compartir con él la mesa junto a teólogos y obispos amigos.

¿Le conocen de verdad los que en estos días parecen haber iniciado una campaña de reticencia y descalificación del nuevo Papa? ¿De qué tienen miedo? Me parece que lo sé. Mi propio miedo, porque están en lo cierto, es que teman que Benedicto XVI no va hacer nada a favor de la asimilación del Evangelio a la cultura agnóstica y relativista de nuestro tiempo, que él ha analizado con certera lucidez.

El nuevo Papa es un hombre de vastísima cultura y un conocedor de la fe católica en sus fuentes que no es posible discutir. Conocedor de los Padres de la Iglesia antigua y, en particular, de san Agustín; conoce por igual la teología medieval, y en particular, san Buenaventura. Los dos apoyos de la teología del corazón que lleva hasta Newman y Blondel. La nostalgia de Ratzinger en Tubinga era real y los estudiantes hablaban maravillas de él, aunque muchos consideraban que su marcha a Ratisbona era lo mejor para sus adversarios, que no podían menos de reconocer la amplitud de sus conocimientos. Hans Küng se mostraba ya entonces hondamente decepcionado de él, pues Ratzinger se había opuesto con nitidez a la doctrina del teólogo suizo sobre la infalibilidad pontificia, cuyo debate marcó aquellos años. Después vino la desautorización en 1973 de Küng con la declaración de la Congregación de la Fe Mysterium Ecclesiae sobre algunos errores de la teología del momento sobre la Iglesia, lo que enconó la actitud del teólogo suizo hacia Pablo VI. Su postura fue de neta confrontación con la jerarquía católica alemana descalificando, para nuestro asombro entonces, al Cardenal Höffner de Colonia hasta provocar la protesta de teólogos nada sospechosos de no ser renovadores y comprensivos entonces con Küng como el hoy Cardenal Walter Kasper. Estos días ha sido el Cardenal Kart Lehmann, otro de los teólogos católicos renovadores de entonces y ahora Obispo de Maguncia y presidente de los Obispos alemanes, el que ha salido en defensa del nuevo Papa contra sus adversarios, los mismos de Pablo VI y de Juan Pablo II.

Pero sigamos con la reseña. El nombramiento de Ratzinger como arzobispo de Munich en 1977 trasladaba al mundo pastoral a un eclesiástico que se había movido con la mayor soltura en el mundo académico. El Papa convertía en Obispo a un teólogo internacionalmente reconocido, que para entonces acumulaba una evaluación lucidísima del estado de la vida cristiana en las Iglesias de la Reforma protestante igual que en la Iglesia Católica. El nuevo arzobispo muniqués no sólo era un gran conocedor de la teología católica, sino un buen conocedor de los nudos teológicos del debate católico con el protestantismo; de modo que el prontamente creado Cardenal vendría a ser un analista clarividente de la desoladora situación a la que se han visto llevadas las Iglesias evangélicas en su propio país, asimiladas a los principios rectores de la modernidad y partidarias de la Anpassung o acomodación a las exigencias, o mejor, claudicaciones de la modernidad europea, y del rendimiento de algunos eclesiásticos a sus postulados.

En Munich permaneció poco tiempo como arzobispo porque Juan Pablo II le llamaba en 1981 para ponerlo al frente de la Congregación de la Fe. Comenzaría para el Cardenal un nuevo capítulo en su vida de entregado servicio a la Iglesia. Su figura intelectual se crecía justo cuando arreciaban algunas de las duras oposiciones al magisterio de Juan Pablo II. De toda su labor en la Congregación se ha destacado la “condena” en 1984 de la teología de la liberación, un hecho que resaltan con letras de molde los adversarios del nuevo Papa; pero no dicen la verdad cuando ocultan a la opinión pública que la Congregación ha desautorizado la apropiación del método marxista de análisis aplicado a la práctica de la teología, pero no los modos diversos de hacer teología de la liberación en fidelidad a la concepción del hombre y de la sociedad que emana de la revelación cristiana y de la doctrina social de la Iglesia.

En este asunto como en otros, la opinión pública inducida por algunos centros de poder mediático es la de hacer de la Iglesia aliada del poder económico y salpicarla con la complicidad del sometimiento de los pobres. Se trata de un prejuicio que no resiste el análisis y que, muy por el contrario, los hechos niegan de forma contundente. Pero no hay mayor terquedad que la de convertir ideologías fracasadas en credos religiosos. Así se ha llegado a justificar en cierta historiografía la cruel persecución de la Iglesia en la historia reciente de España; y así se sigue disculpando y “comprendiendo” la hostigación que no cesa como táctica de arrinconamiento social. Por eso, estos círculos creadores de opinión toleran mal “éxitos” como el del Pontificado de Juan Pablo II.

La Iglesia no sólo es una poderosa fuerza de liberación de los pobres, sino un instancia de amparo de los más débiles del mundo. Cuando acompaña el poder mediático, es difícil combatir un prejuicio interesadamente mantenido, aunque caigan muros como el de Berlín y la ideología totalitaria del comunismo ateo no sólo se haya evidenciado como deudora de una teoría económica equivocada, sino de una concepción del hombre más errónea aún.

La embestida contra el Ratzinger ha tenido otro frente poderoso de creación de opinión en el movimiento que arranca de la llamada “Declaración de Colonia”, de teólogos alemanes y otros centroeuropeos que postulaban una acomodación y cambio de la orientación del Magisterio de la Iglesia y del gobierno pastoral. La declaración tocaba cuestiones atendibles y muchas que de atenderse supondrían de hecho la capitulación de la Iglesia a la mentalidad de época. Lo preocupante de este movimiento ha sido la “resistencia” al magisterio católico que de hecho ha generado y el apoyo a la crítica de la Iglesia que ha seguido alentando, si bien las jóvenes generaciones están muy lejos de sus postulados. El movimiento “Somos Iglesia”, surgido del espíritu de Colonia, ha pretendido ensombrecer la imagen de Juan Pablo II no menos que la del Prefecto de la Doctrina. Las acusaciones a la Iglesia de falta de misericordia en relación con la moral sexual y la pandemia del sida, y las declaraciones de la Congregación sobre cuestiones candentes de la bioética, apoyadas todas ellas en documentos luminosos como las encíclicas “Veritatis splendor” y “Evangelium vitae”, de Juan Pablo II, no han sido digeridas ni aceptadas por los grupos de resistencia a su magisterio doctrinal, apoyado teológicamente por Ratzinger.

No entro en otras cuestiones, de indudable alcance para el diálogo teológico ecuménico. Que ha recorrido un trecho inmenso con el Papa y su Prefecto de la Fe. ¿Para qué mencionar el asunto de la reivindicación feminista de la ordenación de mujeres? Es bien conocida la resistencia de estos grupos eclesiales disidentes, apoyada por sectores de la opinión pública interesados en quebrar la resistencia de la Iglesia a la orientación que la legislación va tomando en la nueva Europa.

El nuevo Papa, tan denostado por ellos como Prefecto de la Fe, no se va a enrocar en supuestas posturas faltas de análisis intelectual y diálogo. Su talante intelectual y humano se lo impide. Mantendrá con pulso firme la defensa de la verdad revelada y la que es tradición de fe y le quitará la máscara al falso humanismo de la opinión libre frente a al esplendor de la verdad revelada sobre el hombre y el mundo. Así lo creo y espero, porque es su ministerio el que está en juego; pero estoy seguro que su misma pasión por la verdad lo mantendrá en abierto diálogo con los diversos frentes de opinión siempre que esté en juego el bien del ser humano y su salvación. Su amable personalidad humana y su trato conquistarán a cuantos se acerquen a él. Benedicto XVI es un don de Dios a la Iglesia en el momento justo.

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
Presidente de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales

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