RESUCITÓ VICTORIOSO DEL SEPULCRO

Queridos diocesanos:
Hemos vivido una Semana Santa atípica, en la que la retransmisión de la santa Misa y otros oficios litúrgicos han podido contribuir a paliar con la realidad virtual la ausencia de celebraciones públicas, una Semana Santa sin desfiles procesionales, otros años en aglomeraciones de fieles y turistas que abarrotaban las ciudades más emblemáticas en estos días, tristes este año en el que la pandemia nos ha confinado en nuestras casas.
Aunque hemos seguido los oficios litúrgicos por radio y TV, y aunque no han faltado reposiciones de las procesiones de años atrás, el hueco que ha ocasionado la pandemia llevándose la vida de tantos miles de personas, sobre todo de ancianos, el altísimo número de muertes y contagios habidos se nos hace sencillamente insoportable. Por ello es un momento para la reflexión sobre los límites de nuestra condición. Los dogmatismos ideológicos, a veces exhibidos con increíble arrogancia, no dan explicación de los sufrimientos que tantos miles de personas enfermas están padeciendo a causa del virus. Las cegueras voluntarias son pertinaces convirtiendo las ideologías en dogmas. No alivia el dolor la resistencia a la realidad de los hechos.
El triunfo del Resucitado es obra de Dios, el único que sólo por amor y porque es su autor da la vida en Jesucristo, su Hijo hecho hombre y muerto por nosotros, que nos indica el camino.
El triunfo del Resucitado es obra de Dios, el único que sólo por amor y porque es su autor da la vida en Jesucristo, su Hijo hecho hombre y muerto por nosotros, que nos indica el camino. Él mismo es el camino que es preciso seguir para alcanzar la resurrección. No podemos pasar por alto que cuantos quieran transitar por el camino de Jesús tropezarán con la cruz, la pasión y la sepultura, pero podrán hacerlo sabiendo que Dios les acompaña y sigue cada uno de sus pasos. Quienes vayan por el camino de Jesús, si tropiezan acosados por el mundo, no caerán porque Jesús va a su lado, los sostiene con su mano. Si se dejan acompañar por él nunca dejarán de experimentar la misericordia de Dios revelada al mundo en las heridas de la pasión de Cristo. En ellas se descubre el sentido del dolor y de la muerte por el sólo hecho de que Dios mismo, en Jesús muerto y resucitado, ha experimentado los efectos devastadores de los crímenes humanos.
La Iglesia ha conocido terribles horrores, avalanchas de violencia sobre sus ministros y martirios sin fin de las personas y las cosas de los cristianos, sin embargo, la lectura selectiva de la historia de la Iglesia realizada por sus enemigos ha logrado dar marco cultural a una memoria en la que resulta sentenciada es la misma Iglesia. Hoy la pasión de Cristo pasa por las muertes y los sufrimientos de una pandemia, por las enfermedades no vencidas y por los tumores que invaden las poblaciones, como pasa por el tráfico de las armas de guerra y por los crímenes de maltratadores y asesinos, por las drogas y la locura de la velocidad con y sin embriaguez que acortan la vida de los jóvenes dejando desolados para siempre a sus padres.
Pasa la pasión del Señor así por la vida de las personas que sufren abatidas por males corporales hasta sucumbir a veces en poco tiempo. Como pasa por los males del alma, el cansancio y el hastío de cuantos ya no pueden o no quieren llevar sobre sí la insoportable levedad de la vida: una existencia que no se acepta y es vida que ya no se quiere vivir. No se ama la vida que se rechaza porque, sencillamente, llegan a pensar quienes así la experimentan que no es soportable vivirla cargando con su levedad o con su peso. Una vida a la que los poderes están prestos a conducir por el camino rápido del suicidio asistido, aparentando humanidad cuando no incluso misericordia.
Los límites de la vida humana están ahí, y a ellos nos devuelve el zarpazo agresivo y mortal de la pandemia. Son los límites que pretenden evitar los ensueños ideológicos, sencillamente ignorándolos. El ser humano yerra y peca contrayendo culpas que no son meros recursos para justificar la opresión de las conciencias de los débiles, recursos inducidos en estos últimos por los que pueden hacerlo creando opinión, a veces disfrazada de cultura. El hombre, empero, tiene límites y es un pecador necesitado de redención, al que Dios Creador no sólo amó al llamarlo de la nada a ser, también lo redimió, y tocando el extremo del amor y la donación de sí mismo, le abrió la mente al conocimiento de la misericordia por la fe, y el corazón a la esperanza de una vida feliz y sin término, dando testimonio de la resurrección de Cristo de entre los muertos.
El camino de Jesús conduce a su resurrección gloriosa, al triunfo de la vida, porque la vida fue primero y Dios no hizo la muerte. Por eso, con libertad para dar la vida y tomarla de nuevo, el que es autor de la vida se entregó a la muerte para que nosotros llegáramos con él a la Pascua de Resurrección, llevándose consigo y tras de sí una multitud a la gloria. ¡Feliz y Santa Resurrección!
Con afecto y mi bendición
Almería 12 de abril de 2020
+ Adolfo González Montes, Obispo de Almería