PALABRAS DEL SR. OBISPO EN LA TOMA DE POSESIÓN DE LOS CARGOS DIOCESANOS
Ilustrísimos Señores Vicarios general y episcopales;
Delegados y directores de Secretariados y oficinas;
Miembros de Curia
Señoras y señores:
Con la toma de posesión que acaba de realizarse se incorporan a la más estrecha colaboración con el Obispo en el gobierno pastoral de la Iglesia diocesana presbíteros y laicos, algunos de los cuales vienen prestando al ministerio pastoral del Obispo servicios que quiero agradecer vivamente. Lo hago empezando por el Pro Vicario general, D. Manuel Pozo Oller, que nombrado “ad casum” en distintas ocasiones, queda hoy incorporado a un servicio que ayude y supla al Vicario general, que es Moderador de Curia y lleva asimismo los Asuntos económicos a su cargo, ocupado con tareas complejas y siempre entregado con verdadera dedicación al ejercicio de las mismas. Sé que también D. Manuel Pozo está cargado de tareas, si bien goza de una mayor holgura en determinar los tiempos de su intervención, habida cuenta de la libertad de acción que le otorga el derecho universal y la legislación diocesana. Por lo cual, podrá prestar una valiosa ayuda al Vicario general, cuando sea precisa.
He querido introducir una nueva Vicaría episcopal, que va a estar dedicada a la educación católica y que confiamos a D. Juan Antonio Moya Sánchez, que ha dedicado años importantes de su ministerio a la formación de candidatos al sacerdocio, como Rector que ha sido hasta ahora del Seminario. Su cualificación como doctor en psicología y amplia experiencia en la psicología religiosa y didáctica de la fe son bien conocidas.
Por otra parte, es sentir muy extendido que la educación católica requiere hoy en particular una atención, dada la proclividad que observamos en la escuela católica, tendente a la competencia en la transmisión de conocimientos y menos identificada con su propio ideario que en otros tiempos. Es evidente que la adaptación de la educación en general a una sociedad abierta como la nuestra exige un buen saber hacer en el campo de la educación tal como la propone la doctrina de la Iglesia, un buen hacer que dé cabida a quienes, habiendo elegido la escuela católica no pueden verse constreñidos a silenciarla en atención a quienes no participan de la visión cristiana del hombre y del mundo, pero están presentes en las escuelas de la Iglesia. La Declaración sobre la educación cristiana del último Concilio nos ofrece la mente de la Iglesia, al considerar el deber que ella tiene de educar y no sólo porque esté constituida como sociedad humana, sino en razón de su propia misión de anunciar la salvación del género humano acontecida en Cristo. Por esto, con nítida claridad la Declaración establece:
«Entre todos los medios de educación tiene una importancia peculiar la escuela, porque, en virtud de su misión, al mismo tiempo que cultiva con cuidado constante las facultades intelectuales, desarrolla la capacidad de juzgar rectamente, introduce en el patrimonio cultural adquirido por las generaciones anteriores, promueve el sentido de los valores, prepara la vida profesional, favorece entre los alumnos de diversa índole la relación amistosa, originando una disposición a comprenderse mutuamente, y constituye además como un centro en cuya actividad y provecho deben participar conjuntamente las familias, los maestros, las asociaciones de diferente tipo que promueven la vida cultural, cívica y religiosa, la sociedad civil y toda la comunidad humana»[1].
No se puede expresar mejor la convergencia de elementos humanos que tienen como resultado el ejercicio de la vocación del educador, que si se trata del educador cristiano se guiará por la luz de la fe y la orientación del magisterio de la Iglesia, que como Madre y Maestra está obligada a ofrecer una concepción integradora de la vida iluminada por el espíritu del Evangelio de Cristo, para «promover la perfección íntegra de la persona humana, también para el bien de la sociedad terrestre y para la construcción de un mundo que debe configurarse más humanamente»[2].
Quienes eligen la escuela católica deben saber qué eligen y por qué, ya que la Iglesia tiene un concepto integrador de cuanto compone el desarrollo pleno de las facultades humanas, a las cuales no se las puede privar de la dimensión trascendente de la existencia. La escuela es pieza fundamental del proceso de configuración y estructuración de la personalidad de los niños y jóvenes mediante el proceso educativo, y porque es así, la escuela católica afronta el reto de la educación partiendo de la mente de la Iglesia expresada en el magisterio eclesiástico, particularmente de los pontífices de nuestro tiempo y recogido en la Doctrina social de la Iglesia. La escuela católica «debe procurar la formación integral de la persona humana, en orden a su fin último y, simultáneamente, al bien común de la sociedad»[3], razón por la cual, al tiempo que transmite una concepción del hombre y de la sociedad fundada en la revelación de Jesucristo como plenitud de la historia de la revelación bíblica, la educación católica se ha de esforzar en que los niños y los jóvenes sean educados de forma tal que puedan «desarrollar armónicamente sus dotes físicas, morales e intelectuales; adquieran un sentido perfecto de la responsabilidad y un uso perfecto de la libertad, y se preparen a participar activamente en la vida social»[4].
No puede estar la escuela católica condicionada por quienes no participan de la concepción del hombre y de la sociedad, ni tampoco de los valores que hacen la identidad de la misma, sino que la escuela católica los ofrece como aportación propia al bien común y al desarrollo de la sociedad[5]. Por esto la nueva Vicaría episcopal tiene la misión de ayudar al Obispo, a quien corresponde vigilar y cuidar la educación católica en toda su diócesis incluidos los colegios religiosos[6], a que la educación católica mantenga su identidad y desarrolle sus actividades al servicio del ideario que la cualifica y acredita. En este sentido, la educación católica forma parte sustancial de la educación de la fe y sirve asimismo a la evangelización de la infancia y de la juventud, y a las familias de los educandos, extendiendo la proyección evangelizadora a la sociedad. Convergen, entonces, en la educación católica el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos y la misión de la Iglesia de proponer la imagen de Cristo como modelo de humanidad.
Se entenderá que a esta Vicaría episcopal se le agregue la tarea de la Enseñanza de la Religión y Moral católica, encomendándole vigilar y proveer tan importante sector de la educación católica, que alcanza no sólo a la escuela estatal, sino a la misma escuela católica y de iniciativa privada que cuenta con la Religión entre las asignaturas de su curriculum escolar. A tenor del Acuerdo internacional de 1979 sobre enseñanza y asuntos culturales, corresponde a la autoridad eclesiástica, como es natural, habilitar a los profesores de Religión, y para ello contamos con el Instituto Superior de Ciencias Religiosas [ISCR], afiliado a la Universidad Pontificia de Salamanca. Espero, por ello, que la colaboración estrecha de esta Vicaría y del ISCR, para que juntos puedan ofrecer una buena Extensión Cultural a la diócesis, sea una realidad esmerada, como de hecho viene siendo hasta hoy. El ISCR de Almería goza además de la correspondiente homologación de créditos y sus respectivos contenidos, autorizada por la Conferencia Episcopal Española para la impartición de la Declaración Eclesiástica de Competencia Académica [DECA], un módulo que habilita al profesor de religión, cualquiera que sea su graduación académica debidamente obtenida y homologada, que tiene un carácter complementario a la formación propia otorgada en el Grado en Educación Infantil y Primaria.
Añado ahora a lo ya dicho que, como es fácil comprender, el apostolado y acción pastoral de infancia y juventud adquiere una presencia y acción que le son propias en este ámbito, de modo complementario a la labor del profesorado y de los formadores con que cuenta la escuela católica. Por eso espero una colaboración bien llevada del Secretariado de infancia y juventud, que comienza hoy a dirigir D. Francisco José Parrilla Fernández, joven sacerdote, que se ha preparado como formador responsable de nuestro Seminario Menor de la Inmaculada y asistente espiritual y capellán del Colegio Diocesano de San Ildefonso. Le animo a afrontar con ilusión este encargo diocesano, y a poner en él esfuerzo y acierto en promover cuanto es necesario para el mejor desarrollo de la formación cristiana de la infancia y de juventud.
Finalmente, quiero referirme brevemente a la toma de posesión del nuevo Director de Cáritas Diocesana, D. Luis María Flores Lara. También le animo a llevar adelante su compromiso laical con la acción caritativa y social de la Iglesia, con ilusión esperanzada; y de este modo a afrontar una trayectoria, sin duda posibilista, que es expresión de la atención esmerada que la Iglesia diocesana quiere tener al servicio de los más pobres y necesitados. Una tarea en la que todo hemos de procurar colaborar y así defender la dignidad de la persona, su derecho al trabajo como medio de realización personal y contribución al bien social. La Doctrina Social de la Iglesia inspira cuanto hacemos en Cáritas, valiéndonos de lo que tenemos para ponerlo al servicio de los hermanos necesitados. Sin esta doctrina evaluaríamos, muchas veces, equivocadamente lo que podemos hacer, porque la Doctrina social de la Iglesia nos ayuda a desarrollar nuestra inteligencia de la fe y hacer posible que el amor con que nos proponemos ayudar a los demás venga iluminado por la inteligencia de la fe. Como dice el Papa Benedicto XVI, «la caridad en la verdad se nutre de la fe, y, al mismo tiempo la manifiesta»[7].
Mientras el ser humano tenga herida su propia naturaleza y nuestra salvación lo sea en esperanza de lograr su consumación en Dios, don supremo de su gracia redentora realizada en Cristo, no podrá nunca faltar la labor asistencial, como acabamos de decir. Debemos tenerlo siempre presente, porque, como Benedicto XVI recordaba, es doctrina permanente de la Iglesia[8]. Dicho así, añadamos que venimos, sin embargo, comprometiéndonos, en la medida de nuestra contribución, con acciones y programas o proyectos concretos que pugnan por lograr la promoción y el despliegue de las facultades de las personas. Pretendemos que el pleno desarrollo de sus facultades les capacite para su incorporación al trabajo y les permita una salida respetuosa con la dignidad de la persona y útil para el bienestar de sus familiares y de la sociedad. Nuestros proyectos de talleres laborales están dando algunos resultados, modestos y reales, y esto siempre es esperanzador. Los proyectos cooperativos y comerciales son una ayuda inestimable a la caridad de la Iglesia diocesana y al mismo tiempo una labor social que merece estimular.
Le deseo, pues, al nuevo Director de Caritas el mayor acierto, como cabe esperar de su pronta acomodación a estos proyectos en macha. Al tiempo que felicito a todos los nuevos cargos diocesanos, les deseo asimismo un buen trabajo al servicio del Evangelio. Cuentan con la gracia de Dios y mi bendición.
Antes de terminar, no quiero dejar de agradecer, a aquellos que ahora pasan la antorcha y el relevo a los nuevos cargos, cuanto han hecho y la dedicación con la que se han entregado a dar cumplimiento a las tareas con estos cargos llevan consigo como servicio a la comunión diocesana. Que Dios se lo pague a todos.
Almería, 18 de septiembre de 2019.
+ Adolfo Gonzáles Montes
Obispo de Almería
[1] II Concilio del Vaticano, Declaración sobre la educación cristiana Gravissimum educationis [GE] (28 octubre 1965), n. 5.
[2] GE, n. 2.
[3] Codex iuris canonici [CIC], can. 795.
[4] Ibid.
[5] Cf. GE, n. 7.
[6] CIC, can. 804 §1; cf. II Con. Vaticano, Decreto sobre la función pastoral de los Obispo en la Iglesia Christus Dominus (28 octubre 1965), n. 35.4.
[7] Benedicto XVI, Carta encíclica sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la vedad Caritas in veritate [CV] (29 junio 2009), n. 34.
[8] Ibid.