HOY ES VIERNES SANTO. Meditación del obispo de Almería ante la cruz de Jesús
Todo el dolor del mundo se agolpa en la cruz de Jesús Nazareno: las enfermedades, las frustraciones y los fracasos, los desamores de personas que ya no se quieren, las difamaciones y los ultrajes padecidos por las víctimas del odio y del terror desalmado de los criminales, de los que pretenden forzar el curso del mundo sembrando la muerte, aniquilando a sus contrarios. Hoy es Viernes Santo y de la cruzde Jesús penden las oposiciones de las naciones en guerra sembrando el territorio que se disputan los poderes de este mundo y las ideologías de víctimas inocentes.
El cuerpo lacerado del Redentor ha sido crucificado sobre el madero de las cruces de cada día de los perseguidos, desplazados y refugiados que huyen del infierno; pero también y cada día, en un suma y sigue estremecedor, sobre el madero de las cruces en las que se clava el cuerpecito embrionario y fetal de niños en gestación, inocentes y sin defensa, sentenciados al aborto eugenésico y social; y la muerte procurada de cuantos, ya agónicos, pidieron la eutanasia dulce de la piedad impía de los que aceptan o mandan aplicar la dormición final, para precipitar el definitivo silencio de los que dejan de estar, y ya no serán problema ni molestia alguna, porque dejarán de ser la carga difícil de soportar.
Cuando la cruz de Jesús induce con sola su figura la meditación sobre su sentido, lo que la fe descubre es el argumento contundente de Dios que, por amor al mundo, envió a su Hijo único para que, cargando con los pecados del mundo, solidario con las consecuencias de todos los crímenes que los hombres perpetran contra sí mismos, la humanidad recobrara la esperanza de la salvación. La gran teología medieval, siguiendo la tradición de los Padres de la Iglesia antigua veía la razón profunda de la carnación del Hijo de Dios en nuestra recuperación por Dios de la perdición eterna y, como consecuencia de la redención, el fin último de la encarnación: la divinización del hombre. La cruz de Jesús fue interpretada desde el presupuesto fundamental del cristianismo: que el Hijo se hizo hombre por nuestro amor, se hizo uno de nosotros para unirse en cierto modo con todo hombre, como declara el Vaticano II, y así hacernos partícipes de la divinidad. Dice el evangelio de san Juan que «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,17).
Algunas películas han tematizado la pasión de Jesús en imágenes impactantes, para dar cuenta de la inmensa crueldad infligida a Jesús, torturado desde el comienzo de sus sufrimientos con la befa y los insultos, empellones y bofetadas recibidos durante el juicio del sanedrín judío. La narración de la historia de la pasión prosigue, con realismo justificado, dando cuenta de su paso por el palacio del prefecto romano, donde Jesús fue flagelado casi hasta la misma muerte, hecho víctima de una burla humillante, al ser coronado de espinas, para, finalmente, ser sentenciado a la cruz y, cargando con ella, recorrer la vía dolorosa que desembocó en la crucifixión en el Calvario y, con su cuerpo pendiendo del madero, expirar asfixiado.
El realismo de algunos de estos filmes, como La Pasión de Mel Gibson, no han dejado de suscitar comentarios expresando la repugnancia que tanta crueldad provoca en algunos, al cubrir de sangre la historia de la pasión de Jesús. ¿Fue quizá de otro modo, menos hiriente para quienes ven como “obscena” la cruel pasión de Jesús? A esta pregunta basta responder con las no menos impactantes imágenes del terror y de la guerra sofisticada de nuestros días, destrozados los cuerpos de las víctimas, destruidas poblaciones enteras y masacrados sus habitantes. A la escrupulosa conciencia de tanta corrección cultural y política hay que responder mencionando la sangre de los asesinados por razones de poder, envueltas a veces en religión; y otras veces, por razones que, ciertamente, dejan al descubierto el odio a la religión cristiana, un odio que hace victimas un día tras otro de cristianos indefensos que ven destruidas sus familias con sus iglesias y sus propias casas.
La verdad contundente de la encarnación de Dios en Cristo, su seriedad ineludible, tiene una razón de ser que, puestos a meditar ante la cruz de Jesús, es imposible no ver: la pasión de Jesucristo recapitula en sí misma y en verdad la pasión del hombre infligida por el hombre contra sí mismo. De este inmenso pecado la humanidad no puede verse libre ni ocultándolo bajo la fiesta y el bienestar, siempre transitorio; ni apelando a la ciencia, sin la cual no serían posibles las armas de matar sofisticadas del progreso científico; ni tampoco, ni mucho menos, la utopía de una sociedad sin Dios que, como escribió Dostoyevski, tan fácilmente se ha transformado en la historia en infierno totalitario.
Sí, es posible comprender, siempre que rompiendo prejuicios nos dejemos guiar por la lógica de la fe, que Dios entregó a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él. Salvación que tiene un sendero estrecho propio, a recorrer y transitar por el Hijo de Dios, hacia la gloria de la resurrección: sufrir con los que sufren y, por el sufrimiento redentor de su cruz, arrancarnos de la muerte eterna; pues dice el autor de la carta a los Hebreos que Jesús «aun siendo Hijo, por los padecimientos aprendió la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación para todos los que le obedecen»(Hb 5,8).
Solidario del hombre, Jesús es el Hijo encarnado que el mundo llevó a morir en la cruz, siendo así que el mundo fue creado por él. Mas Dios lo resucitó para manifestar que su muerte por amor al mundo que le condenó puede redimir al hombre de la condena eterna. Si, en verdad, es cierto que sólo el amor es digno de fe, no hay mayor amor que el amor con el que Dios ha amado al mundo. Dice la primera carta de san Juan que en la vida, cruz y resurrección de Jesús hemos conocido que Dios nos ama «para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4,9).
Almería, 14 de abril de 2017
Vienes Santo
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería