Homilías Obispo - Obispo Emérito

HOMILÍA EN LAS VÍSPERAS DE LA FIESTA DE LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

Clausura del Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos

Textos bíblicos: Sal 115 y 125;  Cantico Ef 1,3-10; 1 Cor 15, 9-10

Queridos hermanos y hermanas:

Clausuramos esta Semana de oración por la unidad de los cristianos, el Octavario de oración y súplica unánime de las Iglesias y comunidades eclesiales a las que el Señor convoca a guardar su palabra: «Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,31). Es esta la condición de los discípulos, por la cual podremos mantenernos como discípulos de Jesús: mantenernos en la palabra de Jesús.  Pedimos la unidad visible de la Iglesia, la unidad de todos los cristianos, para que el mundo pueda ver que la Iglesia es un signo sacramental donde los hombres pueden ver la comunión de los hombres con Dios, que nos ha amado entregándonos a su propio Hijo. El amor recíproco de los cristianos es la señal por la que reconocerán los hombres que la Iglesia es el lugar donde es posible ver el amor que el Padre nos ha tenido en Cristo.

El amor que ha de unir a los cristianos es el que manifiesta nuestra fidelidad a Cristo mediante la guarda de sus mandamientos. Dice Jesús: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn 15,10). Por eso, la conclusión que se ha de extraer de esta declaración de Jesús es que la desunión de los cristianos tiene su origen en que no hemos guardado los mandamientos de Jesús, no hemos guardado su palabra. Una vez más hemos de concluir que sólo permaneciendo en la palabra de Jesús nos mantendremos unidos. El retorno a la unidad primera será la conversión a la palabra de Cristo, para permanecer en su amor.

Todo el amor que podamos prestar a nuestros hermanos acrecentará el carácter visible que adquiere el amor de Dios que mora en la Iglesia, a pesar de los pecados de quienes formamos la Iglesia. Es verdad que los actos humanitarios no producen por sí solos la unidad perdida de los cristianos, pero ―tal como dice san Pedro― «la caridad cubre la multitud de los pecados» (1 Pe 4,8). Nos viene bien recordarlo siempre, pero si tenemos delante el lema del Octavario de este año, estas palabras del Príncipe de los Apóstoles iluminan la vida de los cristianos.  Los materiales para la semana de oración por la unidad de este año de 2020 han sido preparados por los cristianos de distintas Iglesias de las islas de Malta y de Gozo; y han elegido el pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles, donde el evangelista san Lucas narra que, en el viaje que Pablo hubo de hacer como prisionero a Roma, la embarcación que lo llevaba preso ante el tribunal del César estuvo a punto de hundirse por causa de una violenta tempestad. En esta situación el vendaval arrojo el barco a la playa donde encallaron en una ensenada de la isla de Malta, sin saber a dónde había arribado.  Allí experimentaron la ayuda humanitaria de los nativos, dando lugar a la observación del cronista: «Los isleños nos mostraron una humanidad poco común» (Hch 28,2). Esta manifestación de amor, movido el corazón de los isleños por sentimientos verdaderamente humanitarios, causó la admiración de los náufragos, entre los que se encontraba el propio Pablo.

Un gesto humanitario que nos evoca de pronto la tragedia de los emigrantes náufragos que arriban a las costas de Europa desde el Oriente próximo y las costas africanas. Un relato de gran actualidad que invita a los cristianos a aunar fuerzas para lograr un objetivo común que redundará en el crédito acrecentado de la fe cristiana, que potenciará su significación sacramental, porque sólo en el amor está la razón del crédito que los hombres pueden otorgar a los cristianos, como les dijo Jesús a los discípulos la noche de la última Cena: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,35). El gran teólogo Balthasar pudo resumir toda la apologética cristiana en el amor, porque sólo el amor es digno de fe. La unidad de la Iglesia reforzará su carácter de signo ofrecido por Dios al mundo y acrecerá el valor de su testimonio, acreditando la predicación. Se trata de que todos vean en la Iglesia el signo de la unión íntima del hombre con Dios y de todo el género humano entre sí, como afirma el II Concilio del Vaticano (LG, n. 1).

Los actos humanitarios fortalecen el testimonio, pero a la fe no se llega sin conversión a Cristo, tomando todos los cristianos como punto de partida el sacramento de la fe que de verdad nos une: el bautismo, lavacro purificador que nos otorga el perdón de los pecados, nos hace hijos de Dios y por la unción del santo Crisma nos hace partícipes de la unción de Cristo por el Espíritu Santo y nos introduce en la vida de la gracia. El bautismo nos abre la senda de la santidad, vocación universal de los cristianos. La conversión a Cristo lleva al bautismo, y los bautizados en Cristo son sostenidos por la gracia del bautismo para que sus efectos hagan fructificar la fe en buenas obras. Dios nos llama a la perfección que se expresa en las buenas obras e iluminan la vida de los hombres, porque, como dice el himno de Efesios, «Dios nos eligió en la persona de Cristo antes de la antes de crear el mundo, para ser santos e irreprochables ante él por el amor» (Ef 1,4). Por eso dice Jesús a sus seguidores: «Brille vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16. La fe común y el único bautismo han de llevar a los cristianos a la reconciliación, pero para ello hemos de ser conscientes de nuestra condición de bautizados. El bautismo no se repite, si es verdadero bautismo, de ahí la importancia de reconocernos los cristianos recíprocamente como bautizados.

Nos falta la unidad querido por Cristo para sus discípulos y nos falta el signo de la unidad consumada, nos falta amor para vivir en él y ofrecerlo al mundo, pero el amor verdadero no evita la verdad, la caridad logra sus frutos porque es amor que ofrece en la verdad de la fe. La conversión a Cristo pasa por la confesión de Jesucristo como salvador universal y único redentor de la humanidad. Las confesiones cristianas no pueden alcanzar la unidad si desertan de la fe que profesan. El diálogo entre cristianos se realiza reconociendo la necesidad de alcanzar una misma fe en el misterio de Cristo y una misma fe en su presencia en la Iglesia. No podemos poner entre paréntesis las discrepancias sobre la fe que nos separan. Hemos de ser conscientes de que el camino de la unidad es costoso, no admite atajos, pero tiene la recompensa que canta el salmista: «Al ir iban llorando llevando la semilla; al volver vuelven cantando trayendo sus gavillas» (Sal 125, 6).

El mensaje de los obispos españoles nos lo recuerda: «No basta creer que estamos unidos por el bautismo para no tener muy presente que no podemos comulgar unidos. Ni el activismo humanitario ni tampoco el voluntarismo espiritual, por fervoroso que sea, pueden producir la unidad de la Iglesia, que es fruto de la misericordia de Dios, don de la gracia consumada de Jesucristo en el Espíritu Santo» (Mensaje ««Nos mostraron una humanidad poco común», Madrid 2020). Para alcanzar la unidad en la verdad vivida en la caridad necesitamos pedirla a Dios, porque sólo su gracia puede conducirnos a descubrir en toda su verdad el misterio de Cristo. Es lo que pedimos a Dios esta tarde, uniendo nuestra súplica a la de Cristo: «Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21).  Sólo la oración hará que el ecumenismo cristiano dé sus mejores frutos, porque sólo la gracia cambia el corazón del hombre para configurarlo con el corazón de Dios, como lo experimentó san Pablo, el Maestro de las gentes. Pablo sabía que todo se lo debía a la gracia que le llevó al conocimiento de Cristo y lo convirtió en apóstol, por eso dirá: «…he perseguido a la Iglesia de Dios, pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí» (1 Cor 15,9b.10). Nosotros somos, como Pablo, cristianos por la gracia de Dios.

No dejemos que pierda importancia para nosotros alcanzar la unidad de la Iglesia, porque la presión de una mentalidad relativista como la que impera en nuestros días puede contagiarnos hasta el punto de hacernos olvidar que la caridad es siempre caridad en la verdad, la que dimana del conocimiento de Cristo nuestro Señor y que la Iglesia ofrece al mundo como salvación. Una verdad que se acredita en obras de amor, que manifiesta ante los egoísmos del poder y la violencia «una humanidad poco común», como aquella que mostraron a Pablo y los náufragos que llegaron a Malta los isleños de Malta. Así se lo pedimos al Señor, confiando en la intercesión de María y de los santos Apóstoles.

 

S.A.I. Catedral de la Encarnación

25 de enero de 2020

Conversión de San Pablo

 

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

 

 

Mostrar más

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba