Homilías Obispo - Obispo Emérito

HOMILÍA EN LA MISA DE APERTURA DE LA CAUSA DEL P. JOAQUÍN REINA CASTRILLÓN SJ

Lecturas bíblicas: Hech 10,1.33-34a.37-44; Sal 95,1-3.9-12; Jn 15,18-21.26-27

Queridos hermanos sacerdotes; Queridas religiosas de la Congregación de las Siervas de los Pobres; Queridos religiosos y religiosas; Hermanos y hermanas:

El Señor nos concede como un don más de su gracia la apertura en nuestra diócesis de una nueva causa de canonización, de particular significación para las Religiosas «Siervas de los Pobres, Hijas del Sagrado Corazón de Jesús», que hoy viven un día acción de gracias a Dios porque la causa que hoy inauguramos es la del Siervo de Dios P. Joaquín Castrillón Reina, de la Compañía de Jesús. Fue este jesuita humilde, hondamente espiritual y lleno de celo apostólico, quien, movido por el Espíritu Santo aconsejó a las piadosas mujeres comprometidas con el Señor, a las que él dirigía espiritualmente, llevar una vida de mayor perfección espiritual, iniciando la andadura de un camino de seguimiento estrecho de Cristo, y dar así los primeros pasos hacia un modo de vida de especial consagración. Un modo de vida que había de terminar por voluntad de Dios en la aprobación por la autoridad de la Iglesia, primero como instituto de derecho diocesano y después de derecho pontificio, de una nueva Congregación religiosa femenina de vida consagrada: las Siervas de los los Pobres, Hijas del Sagrado Corazón de Jesús.

El libro de los Hechos de los apóstoles que hemos escuchado, al transmitirnos el discurso de Pedro en casa de Cornelio, evoca cómo Jesús llevó a cabo su misión evangelizadora «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo» (Hch 10,38). La misión de Jesús fue una misión de sanación y curación de las dolencias de los enfermos y del pueblo, como había profetizado Isaías del Siervo de Dios, cuando afirma el profeta: «Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba» (Is 53,4).

Dios unge a Jesús con el Espíritu Santo para que pueda pasar «haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo», acción que sólo Dios puede llevar a cabo, y que Jesús realiza «porque Dios estaba con él» (Hch 10,38); es decir, porque era el mismo Hijo de Dios enviado por el Padre. El Espíritu Santo que reposa sobre Jesús es el que sostiene la acción evangelizadora del enviado, porque -como dice san Pedro de forma explícita- poseía el Espíritu Santo en aquella plenitud que sólo es propia de Dios. Así refiriéndose a la muerte y resurrección de Jesús, san Pedro dice que «Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, muerto en la carne» porque era hombre, «y vivificado en el espíritu» (1 Pe 3,18), porque era hijo de Dios y tenía la plenitud del Espíritu Santo que sólo es propia del Hijo.

Pero Jesús, con su muerte y resurrección, nos ha hecho partícipes del Espíritu Santo, que alienta en el corazón de los que aman a Dios y proclaman el anuncio de la salvación, llevan el evangelio de la vida a los hombres y, como el Siervo de Dios P. Joaquín Reina, se esfuerzan por atraer al seguimiento de Cristo a hombres y mujeres que, movidos por el Espíritu Santo, lleven el mensaje de salvación universal a todos, pero muy en especial a los pobres. Son ellos, los verdaderamente pobres según el espíritu de las bienaventuranzas, quienes han de ser evangelizados conforme a la voluntad de Cristo; es decir, quienes son destinatarios del evangelio de la vida.

Dios no hace distinciones, porque «Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato»(Hch 10,34-35), privilegio a los que más necesitan de él. Por eso Pedro justifica de este modo la apertura de la predicación a los gentiles y, viendo cumplida en Jesús como salvador único y universal la palabra de los profetas, a Pedro sólo le importa afirmar que la fe es el único acceso a la salvación, porque «los que creen en él [en Jesucristo] reciben, por su nombre, el perdón de los pecados»(Hch 10,43).

La fe en Cristo es la que movió al P. Joaquín Reina a poner en marcha una obra que no quería suya, sino de aquel grupo de mujeres dirigidas espiritualmente por él, para que prolongaran en el tiempo la acción redentora y misericordiosa de Dios imitando la caridad de Dios, revelada en la generosa acción evangelizadora de Cristo y, particularmente, en su muerte y resurrección. A esta misión de la Iglesia quiso el P. Reina llevar con radicalidad a sus hijas, por él dirigidas con la impronta de un apóstol de Cristo y de un padre que, en el ejercicio de su ministerio, es movido por la caridad pastoral, que él desea prolongar en los fines de la congregación que hubo de ayudar a configurarse en su primera andadura.

Por ello, como director espiritual de aquellas mujeres, el P. Rina debió infundir en aquellas primeras horas de la congregación de la Siervas de los Pobres, juntamente con el amor siempre mayor a Jesucristo, la conciencia clara de que el odio del mundo acompaña siempre la obra del evangelizador, del discípulo de Cristo que se consagra al anuncio del reino de Dios, donde los pecadores son justificados por la fe.

Como el propio Jesús, el discípulo que le sigue de cerca no es del mundo, y el mundo odia a los que no son suyos, como ha odiado a Jesús antes que a ellos (cf. Jn 15,18). Quienes se consagran a Cristo han de tener presente que su vida se convierte en piedra de tropiezo y signo de contradicción, como lo fue Jesús (cf. Lc 2,34). Nada es más contrario al carisma religioso que las personas de vida consagrada se conviertan en personas mundanas. Cuando el espíritu de asimilación al mundo atraviesa las filas de una congregación, de un instituto religioso, es que ha comenzado su descomposición, a la que cuanto antes se debe poner remedio.

El seguimiento de los consejos evangélicos exige, de las personas de vida religiosa, aquella disciplina sin la cual el espíritu del mundo se apropia de la vida de una comunidad de discípulos consagrados al Señor de por vida. Cuando aceptan el espíritu del mundo, pensando en su puesta al día, para no causar en los demás la extrañeza que de hecho acompaña la práctica de los consejos evangélicos, entonces la vida de los religiosos pierde significación trascendente.

Sucede con los discípulos que están en el mundo, con los seglares cristianos que están llamados a ser fermento en la masa, sal y luz para los demás; y sucede en los bautizados que se aventuran por la “senda estrecha”, y si bajan la guardia el diablo se apodera de mente y corazón de los que han emprendido el camino del seguimiento estrecho de Cristo. Las tentaciones que arrastran a la asimilación de la vida religiosa al espíritu del mundo se presentan atractivas y con la apariencia del bien que de hecho oculta el mal y la estrategia del diablo.

No debemos engañarnos, la entera existencia de la persona de vida consagrada resulta significante en la misma medida en que desvela la extrañeza del mundo. A algunos puede parecerles poco aconsejable no asimilarse al mundo, pero Jesús dice: «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogida sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia» (Jn 15,19).

Lo sabía bien el P. Joaquín Reina y, al enviar a sus hijas al mundo para evangelizar a los pobres, les encomendó hacer lo contrario de lo que hace el mundo: amar lo que mundo desprecia, amar a los pobres y a los ignorantes, a los marginados y excluidos, entregar la vida por aquello que aparentemente no están habilitados para ser útiles a un sociedad segura y poseída de su propio valer y fuerza.

No debéis olvidar nunca, queridas religiosas, que en vuestra misión de personas consagradas el Espíritu Santo os guía y os conduce a dar el testimonio de la verdad que habéis conocido: que Jesucristo es el salvador universal de los hombres, y que el signo de su presencia es la evangelización de los pobres.

Quiera el Señor glorificar a su Siervo, por cuya vida damos hoy gracias a Dios y le suplicamos que se digne manifestar la santidad de vida de aquel que, por movido por el Espíritu Santo, que alimenta la caridad de Dios en nosotros sus hijos, hizo posible los comienzos de la congregación religiosa que le tiene por fundador.

Que la santísima Virgen interceda en nuestro favor para que podamos ver un día la glorificación del Siervo de Dios.

S.A.I. Catedral de la Encarnación

Sábado, 10 de junio de 2017

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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