Homilías Obispo - Obispo Emérito

HOMILÍA EN LA FIESTA DE SAN SEBASTIÁN. En las Fiestas Patronales de Olula del Río

Lecturas bíblicas: 2 Mac 7,1.20-23; Sal 30, 3-4.6-8.17.21; Hb 10,32-36; Aleluya 1 Pe 4,4 (IV); Lc 9,23-26

Querido señor Cura párroco y hermanos sacerdotes;

Excelentísmo Sr. Alcalde;

Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades

Queridos hermanos y hermanas:

El mes de enero nos trae el memorial de los mártires, cuya devoción ha encontrado hondo arraigo en el pueblo fiel desde siglos. El calendario registra en este día los mártires romanos san Fabián, papa, y san Sebastián, patrono con san Ildefonso de este municipio. Damos culto de veneración a los mártires testigos de Cristo en tiempos de especial dificultad, cuando la fe ha de ser vivida a la intemperie de la hostilidad de los perseguidores. Los mártires acompañan y auxilian en nuestra peregrinación, intercediendo por nosotros para que podamos alcanzar como ellos la victoria de la fe.

El Papa san Fabián fue víctima de la persecución del emperador  Decio (249-151) y san Cipriano de Cartago da cuenta del martirio del Obispo de Roma en fechas cercanas a su martirio. San Cipriano, obispo de Cartago sería decapitado el año 258, ocho años después de san Fabián, que fue martirizado el año 250, según el martirologio jeronimiano, siendo inhumado en la catacumba de san Calixto, en la vía Apia, que él mismo había acondicionado durante su pontificado, que comenzó el año 236[2]. Las excavaciones han sacado a flote los grafiti que hablan de esta presencia de los cuerpos de los trofeos de los príncipes de los Apóstoles.

El pueblo cristiano venera los mártires con gran devoción reconociendo en ellos testigos de Cristo e intercesores ante él, «el Testigo fiel» (Ap 1,5), que vino al mundo «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37), el verdadero Protomártir. El calendario litúrgico propio de España celebra también hoy la memoria de los mártires de la Hispania romana San Fructuoso, obispo de Tarragona, y sus diáconos Eulogio y Augurio, que fueron arrestados el domingo 16 de enero del año 259, durante la persecución ocurrida en tiempos de los emperadores Valeriano y Galieno, «después de haber confesado su fe en presencia del procurador Emiliano, fueron llevados al anfiteatro” y entregados al fuego el año 259. Fueron condenados a ser quemados vivos en la hoguera el 21 de enero. La autenticidad de las actas de su martirio está fuera de toda duda[4]. También un mártir muy amado por el pueblo, particularmente en los antiguos territorios del reino de Aragón y Valencia. La veneración de san Vicente se extendió tanto en Roma como en Francia y todo el norte de África.

La memoria de todos estos mártires fortalece la fe en un tiempo difícil como el que estamos viviendo nosotros. La persecución de los cristianos no ha cesado a lo largo de los ya más de dos mil años de cristianismo. La cruel persecución de la Iglesia en el pasado siglo sigue viva en la memoria colectiva aun cuando en la memoria de muchos pareciera que nunca existió. Hoy en el Oriente próximo el islamismo integrista ha desencadenado una cruel persecución de los cristianos, una persecución que se ha extendido a países del Oriente y de la que los medios de comunicación nos informan cada día. Sería injusto extender este integrismo perseguidor a la religión musulmana en general, ya que se trata de movimientos, ciertamente  muy extendidos, que alimentan determinadas corrientes dentro del islam. Los cristianos de bastantes países de África sufren el acoso de este integrismo. En unos y otros lugares se pretende privar a los cristianos de sus derechos y empujarles a la huida como prófugos. Se prolonga en estos cristianos acosados la persecución por causa de Cristo que a lo largo de la historia cristiana han padecido los discípulos de Jesús, que han visto cómo la pasión del Señor se prolongaba en ellos, porque, como el mismo Jesús dejó dicho a sus discípulos: «No está el discípulo por encima del maestro (…) Si al dueño de la casa le han llamado Belcebú, ¡cuánto más a sus domésticos!» (Mt 10,24-25).

La suerte de los mártires fue la suerte del valiente joven Sebastián, soldado del emperador, al que recriminaron por causa de su fe haber traicionado la confianza del Imperio. Las flechas que cubrieron su cuerpo no le dieron muerte, pero su recuperación no duraría mucho, porque le esperaba la conclusión del martirio. Rodeado del fervor de los fieles, la biografía de san Sebastián se hizo verdadera extendió por toda la Iglesia a partir de la historia legendaria de su martirio, pero no sólo es histórica su persona, su martirio y enterramiento, sino la causa del mismo: el testimonio inconfundible de su fe en Cristo como razón de vida y muerte. Fue enterrado en las catumbas de su nombre en Roma y el en el siglo V el Papa Sixto III hizo construir la basílica hoy visitada por los miles de peregrinos que a ella acuden. La historia de su célebre passiofue compuesta por un monje del monasterio de la basílica que fundó el papa, y en ella se nos han legado los nombres de muchos mártires a los que Sebastián sostuvo en la dificultad.

Se ha dicho con razón que el culto antiguo y originario es prueba de autenticidad, pero en el caso de los grandes mártires romanos como san Sebastián, venerados con tanto fervor no sólo el culto, tenemos no sólo «la basílica que encierra el primitivo sepulcro, sino también indicios secundarios, inscripciones y noticias litúrgicas en tanta abundancia que toda duda sobre el culto primitivo y, consiguientemente, sobre la realidad del martirio, queda excluida»

[2] Cf. E. Lodi, Los santos del calendario romano. Orar con los santos de la liturgia (Madrid 1992, 3ª ed.) 48-50.

[4] Cf. Actas de los mártires, 800-811.

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