Homilías Obispo - Obispo Emérito

HOMILÍA EN LA FIESTA DE LA DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN, CATEDRAL DE ROMA

Confirmaciones en la Iglesia parroquial de Santa María de los Ángeles

Lecturas bíblicas: Ez 47,1-2.8-9.12

     Sal 45

     1 Cor 3,9c-11.16-17

     Jn 2,13-22

Queridos hermanos sacerdotes;

Queridos confirmandos y fieles laicos;

Hermanos y hermanas:

En este día en el que la cristiandad occidental celebra la consagración de la Basílica de San Juan de Letrán, iglesia «madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe» por ser la catedral del Obispo de Roma, recibís algunos de vosotros el sacramento del Espíritu Santo, culminando el proceso de vuestra plena integración en la Iglesia mediante los tres sacramentos de la iniciación cristiana. Es un día de gozo para toda la comunidad, que ve cómo se afianza la educación en la fe de sus adolescentes y de aquellos adultos que han decidido llevar a término su iniciación cristiana.

En este día de la fiesta de la Catedral de Roma quisiera con mi presencia entre vosotros confirmar la fe de toda la comunidad parroquial y afianzar vuestra comunión con toda la Iglesia diocesana, mediante la cual todos los fieles de nuestra diócesis se hallan en comunión con el Sucesor de Pedro, nuestro amado Papa Francisco, fundamento visible de la comunión de la Iglesia universal.

El Obispo de Roma es el sucesor de Pedro y como tal es cabeza tanto del Colegio episcopal, al cual pertenece el Obispo, como de la comunión universal de los fieles. Por eso celebramos hoy con gran gozo la fiesta de aniversario de la consagración de la Catedral de Roma, sede de la cátedra y del altar del Papa. Cada Iglesia particular se engarza en la comunión universal de la Iglesia mediante el ministerio del Obispo, sucesor de los Apóstoles y, del mismo modo que el Papa es vínculo de comunión de toda la Iglesia universal, el Obispo diocesano es vínculo y fundamento de comunión de todos los fieles en su Iglesia diocesana. A su vez, el Obispo representa a Cristo para su Iglesia particular, al mismo tiempo que encarna la representación de su Iglesia diocesana, de suerte que podemos decir con los padres de la Iglesia antigua que donde está el Obispo allí se hace presente su Iglesia.

En realidad, cada vez que celebramos el aniversario de la consagración de una iglesia Catedral, celebramos el misterio de comunión en Cristo que acontece por la acción del Espíritu Santo en la Iglesia. Dice san Pablo: “Porque en un solo Espíritu hemos sido bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Cor 12,13). Cada una de las Iglesias particulares es una porción del pueblo de Dios puesta bajo la cura pastoral del Obispo diocesano, que cuenta con la cooperación de su presbiterio, y en ella «verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo una, santa, católica y apostólica» (CIC, can. 369), con todos los medios de salvación. También el Papa está presente en cada Iglesia diocesana, porque por medio del Obispo, miembro del Colegio episcopal, que el Papa preside, nos unimos a la comunión plena de la Iglesia universal.

Cada una de las Iglesias diocesanas es congregada por el Pastor diocesano en el Espíritu Santo mediante la proclamación del Evangelio y la celebración de la Eucaristía. Veis, queridos confirmandos, cómo hoy, aquí en la comunidad parroquial, por la presencia del Obispo que preside la Eucaristía dominical es toda la Iglesia diocesana y con ella la Iglesia universal la que se hace presente; y es en la Iglesia universal donde sois plenamente integrados por medio de vuestra pertenencia a la Iglesia diocesana. Con vuestra plena incorporación a la comunidad eclesial de la diócesis os integráis en la comunión universal de la Iglesia como piedras vivas de esta edificación espiritual, de esta casa del Dios y morada del Espíritu Santo, que es la Iglesia. En el gozo de sabernos miembros de la familia de Dios habitando en la misma casa espiritual, podemos decir con el salmista: “¡Ved qué bueno, qué grato es convivir los hermanos unidos!” (Sal 133/132, 1).

La unidad de la Iglesia se manifiesta y se realiza de una manera singular y propia en la celebración de la santa Misa, porque la Eucaristía es el sacramento de la unidad de la Iglesia; la Eucaristía crea y genera la unidad de la Iglesia, porque por medio de ella participamos del Cuerpo y Sangre del Señor, que crean la unidad en el cuerpo místico de Cristo que es su Iglesia. Recordemos las palabras de san Pablo: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión en el cuerpo de Cristo? Porque uno solo es el pan, aun siendo muchos, un solo cuerpo somos, pues todos participamos del mismo pan” (1 Cor 10,16-17). Porque es así, todos entramos en la comunión del cuerpo del Señor, cuya mesa rodeamos en la iglesia cada domingo, mesa que es altar donde se hace presente el sacrificio de Cristo por nosotros en la cruz. Cada uno de nosotros forma parte de esta comunión eclesial, y por la acción del Espíritu Santo y la comunión en el Cuerpo de Cristo nos convertimos en morada de Dios, en templo donde habita Dios mismo, como dice san Pablo; algo que sucede por la acción del Apóstol, que habla de los apóstoles que llevan el evangelio como “colaboradores de Dios”y de los fieles evangelizados como “campo de Dios, edificación de Dios” (1 Cor 3,9).

Cada iglesia material, la iglesia parroquial igual que la iglesia catedral, iglesia madre de la diócesis y lugar donde tiene su cátedra y altar el Obispo, es un signo visible de este misterio de comunión en Cristo que es la Iglesia. La catedral de San Juan de Letrán de Roma, una de las cuatro basílicas papales y mayores, que visitan los peregrinos cuando acuden a la ciudad del Papa, es la iglesia madre y primera por ser la catedral de la primera diócesis, cuyo pastor, el santo Padre, tiene en ella la cátedra y el altar.

En cada iglesia catedral el Obispo proclama la Palabra de Dios y celebra los divinos misterios, particularmente la Eucaristía, misterios que los sacerdotes extienden a todas las comunidades de la Iglesia diocesana por mandato del Obispo. Razón por la cual, en cada misa se pide por el Papa y por el Obispo diocesano y se pronuncian sus nombres en la oración eucarística. Podemos comprender que de la iglesia catedral y de cada iglesia diocesana brota el agua que trae la regeneración y la vida que produce la palabra de Dios, suscitando la fe y ayudando a los que creemos en Cristo a mantenernos firmes en la fe que profesamos y que se nutre de la Eucaristía y de los sacramentos. Entendemos, en verdad, las palabras proféticas de Ezequiel referidas al templo de Jerusalén y aplicadas a las iglesias cristianas: las aguas del Espíritu sanean la vida de los pecadores, como las aguas que manan del templo regenerando las salinas y los lodazales con su torrente, en cuyas riberas “crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se secarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario: su fruto será comestible y sus hojas medicinales” (Ez 47,12).

Del árbol de la cruz, donde pendió el cuerpo santísimo de Cristo manan las aguas medicinales que todo lo regeneran. Bien pudo el evangelista, conocedor de las sagradas Escrituras y testigo de las palabras de Jesús, ver en la abertura de su costado del Crucificado abierta por la lanza del soldado el manantial del que “al punto salió sangre y agua” (Jn 19,34): manantial de agua purificadora y sanadora de la putrefacción del pecado y de la muerte, y manantial de sangre que redime y salva. Los judíos no entendieron que con la purificación del templo Jesús les estaba ofreciendo una prueba de la santidad del lugar comparando el templo de piedra de Jerusalén con el templo de su propio cuerpo: “Destruid este templo en tres días lo levantaré” (Jn 2,19). Ellos no entendieron las palabras de Jesús, que “hablaba del templo de su cuerpo” (2,21). Cuando resucitó de entre los muertos, también los discípulos entendieron las palabras de Jesús, verdadero templo de Dios, cuyo misterio de salvación se hace presente en cada iglesia.

Lo pudieron comprender porque el Espíritu abrió su entendimiento a los hechos de la salvación acontecidos en Cristo. Comprendieron entonces que la redención alcanzaba la realidad material del cuerpo y que la resurrección era el futuro de la humanidad, anticipado en la gloriosa humanidad de Cristo resucitado. Este, queridos confirmandos, es el mensaje que hemos de transmitir al mundo y vosotros sois hoy sellados con el don del Espíritu Santo para ser testigos del mundo nuevo que ha comenzado con la resurrección de Cristo. Un mundo que sólo tiene futuro si es un mundo de Dios, y que por esto estamos llamados a evangelizar con nuestra palabra y nuestras obras. Jesús necesita de vosotros para seguir transformando el mundo y la vida de los hombres. Es una empresa ilusionante, pero llena de dificultades, porque el materialismo de la vida y la indiferencia ante el mensaje evangélico cierran el corazón y oscurecen la inteligencia para acoger la palabra de Dios; pero no os desaniméis cuando lleguen momentos de dificultad, porque los testigos se prueban en la fidelidad del amor. Nunca os faltará la amistad de Jesús y la presencia y el impulso en vosotros del Espíritu Santo, el gran don de la pascua del Resucitado.

Que la Santísima Virgen, Reina de los Ángeles, acompañe vuestra vida cristiana y en ella encontréis el apoyo maternal que Cristo nos dejó antes de pasar al Padre, para que en María sintiéramos la cercanía de su divino Hijo.

Iglesia parroquial de Santa María de los Ángeles

9 de noviembre de 2014

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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