
Este Domingo IV de Pascua es el domingo del Buen Pastor. La Iglesia ora este día de modo especial por el pastor de la Iglesia diocesana y por los pastores de las comunidades parroquiales. Necesitamos pastores según el corazón de Dios.
En este día la Iglesia ha establecido la Jornada mundial de Oración por las Vocaciones, a la que se ha unido la Jornada de Oración por las Vocaciones Nativas, organizada por las Obras Misionales Pontificias, para que surjan las vocaciones que necesitan las nuevas Iglesias de los territorios de misión. Aunque el confinamiento se alivia ya esta semana, ayer domingo el Obispo celebró la Misa habitual de los domingos en la Catedral de la Encarnación, en solitario y sólo con la ayuda de los asistentes al altar.
Ofrecemos la homilía que pudo escucharse en la retransmisión de la santa Misa por InteralmeríaTV. La homilía se acompaña hoy con la imagen El Buen Pastor, bella pintura del holandés Matthias Stom, que cuenta con notables aportaciones en las pinacotecas de Madrid del Museo del Prado y en el Museo Thyssen-Bornemiszsa
HOMILÍA EN EL IV DOMINGO DE PASCUA
Domingo del Buen Pastor
Lecturas bíblicas: Hch 2,1-4.36-41; Sal 22,1-5; 1 Pe2,20-25; Aleluya: Jn 10,14; Jn 10,1-10
Queridos hermanos y hermana:
El IV Domingo de Pascua es tradicionalmente el «domingo del Buen Pastor», porque el evangelio escuchamos a Jesús decir de sí mismo que él es ese pastor bueno que entrega su vida por las ovejas, no se aprovecha de ellas, son las ovejas las que se alimentan de la vida del pastor. Contra los malos pastores, asalariados y rapaces, que esquilman las ovejas, Dios había prometido por boca del profeta Ezequiel: «Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las haré reposar ―oráculo del Señor―. Buscaré a la oveja perdida, recogeré a la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma; pero a la que esté fuerte y robusta la guardaré: la apacentaré con justicia» (Ez 34,15-16). El evangelista san Juan nos dice que Jesús se aplicó a sí mismo esta comparación alegórica y se presentó como buen pastor de sus ovejas frente a los pastores asalariados, que son tienen amor alguno a sus ovejas y sólo obran por dinero. Jesús califica con gran dureza a los malos pastores comparándolos con ladrones y bandidos (cf. Jn 10,8), que como dijo el profeta se apacientan a sí mismos y han dejado las ovejas expuestas al pillaje y a las fieras (cf. Ez 34,8).
Esta impactante alegoría del buen pastor nos ayuda a entender la misión de Jesús y a entrar en el misterio de amor de su persona. Por esto, siendo el sacerdote está llamado a ser la imagen de Jesús buen pastor, que da la vida por sus ovejas. Este domingo del Buen Pastor se celebra la tradicional «Jornada mundial de oración por las vocaciones», a la que se suma últimamente la «Jornada de ayuda y oración por las vocaciones nativas» que organizan las Obras Misionales Pontificias. Oramos suplicando al Señor nos conceda las vocaciones que necesitamos, con el deseo de que este don de las vocaciones nativas ayude a las Iglesias más jóvenes a disponer de su propio clero, de pastores propios.
Hoy esta súplica por el don de las vocaciones tiene una urgencia especial no sólo en las Iglesias más jóvenes, sino también en nuestras Iglesias diocesanas, antaño proveedoras de misioneros, sacerdotes para las Iglesias más jóvenes, pues sentimos la necesidad de las vocaciones que escasean entre nosotros. No sólo hay menos jóvenes y nuestras sociedades son notablemente más viejas, sino que también los obstáculos son mayores para el seguimiento de Cristo como polo de atracción de la juventud. Me refiero no sólo a los chicos a los que el Señor llama al ministerio pastoral, sino también de los muchachos y muchachas jóvenes a las que el Señor sigue llamando a la vida religiosa y apostólica, para que lleguen a ser hombrs y mujeres testigos de la llegada en Jesús del reino de los cielos.
Todos debemos dejarnos impactar por la imagen de Jesús, el buen pastor que da la vida por sus ovejas, porque el señuelo de una vida según el mundo aparta a los jóvenes de la vocación al ministerio sacerdotal y a la vida religiosa, pero también nos aparta a todos los demás del seguimiento de Cristo como ovejas de su rebaño. Los señores de este mundo disputan el señorío sobre nuestras vidas a Jesús, pero Dios ha resucitado a Jesús y lo ha glorificado. En el libro de los Hechos vemos que san Pedro da testimonio de la resurrección de Jesús vuelto a la vida. Resucitando a Jesús de entre los muertos ―dice san Pedro acompañado por los Once el día de Pentecostés― «Dios lo ha constituido Señor y Cristo (Mesías, Ungido)» (Hch 2,36), dando testimonio de ello con valentía.
Por su resurrección de entre los muertos Jesús ha siglo exaltado a la derecha del Padre, que le ha otorgado el Espíritu Santo. El mismo Jesús ha derramado el Espíritu Santo sobre su Iglesia naciente, congregada en grupo apostólico del cenáculo, descendiendo sobre los Apóstoles y María, sobre los discípulos y las santas mujeres. De esta exaltación de Jesús dice san Pablo sentirse apóstol, mensajero del Evangelio, para llevar a la fe a los gentiles: «Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para obtener la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre los gentiles» (Rm 1,5). La gracia de la vocación viene del mismo Jesús, porque él es quien llama y convoca a los que quiere constituir apóstoles del Evangelio para atraer a la fe a Cristo a los hombres; pero esta acción de Cristo resucitado sigue a su manifestación como Hijo de Dios constituido en poder según el Espíritu, una vez resucitado de entre los muertos (cf. Rm 1,3-4). Es lo mismo que manifiesta el Resucitado a sus apóstoles a los que se aparece en la tarde de la resurrección, el primer día de la semana, para decirles: «Se me ha dado todo el poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,18-20).
Hemos visto el pasado domingo III de Pascua que Jesús explicó a los dos discípulos de Emaús, desconcertados y abatidos por la crucifixión y muerte de Jesús, cómo las Escrituras hablan de él, de los sufrimientos del Cristo de Dios, cómo tenía que padecer y ser llevado a la cruz, para resucitar al tercer día y ser glorificado (cf. Lc 24,24-27). Jesús les explicaba de qué modo y manera Jesús ha llevado a plena realización el encargo y misión que le ha confiado su Padre, entregando su vida para la vida del mundo: «Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente» (Jn 10,18), dice Jesús a los judíos que polemizan con él, porque Jesús es él el buen Pastor que ha entrega su vida por las ovejas. Como anunciaban las profecías, su muerte ha sido una muerte redentora y, por ella, han sido perdonados todos sus pecados a cuantos se arrepienten. Es lo que anuncia san Pedro a los judíos y prosélitos piadosos que habían peregrinado a Jerusalén. Por eso, cuando los que escuchan el sermón de Pentecostés preguntan a Pedro qué han de hacer, la respuesta del Príncipe de los Apóstoles es muy clara: de la resurrección de Jesús se siguen efectos propios para los que escuchan la proclamación Buena Nueva. Están llamados a bautizarse «en el Nombre de Jesucristo», para recibir así el perdón de los pecados y la unción del Espíritu Santo (cf. Hch 2,38). Se pone de relieve de este modo que el bautismo es necesario para la salvación de todos, incluidos los niños. No es un procedimiento coherente retardar o demorar para cuando sean adultos el bautismo de los niños, como si hasta entonces permanecieran en un limbo de neutralidad. Conocemos la influencia del medio ambiente social sobre la educación de los niños, la transmisión de las ideas dominantes en la sociedad y la publicidad inducida que tiende a imponerlas. No hay una supuesta neutralidad ni una percepción neutra de la práctica de la religión. El bautismo abre a niños y adolescentes a la una apropiación de la fe en libertad y, al mismo tiempo, acompañada por la fe de los padres y de la comunidad cristiana.
Jesús ha traído el perdón y el don pascual del Espíritu Santo para todos, afectados universalmente como está la humanidad por el: el perdón de los pecados y el Espíritu Santo, que rehace por entero al hombre interior. Estos dones son el fundamento de la común vocación a la santidad de todos sus discípulos de Jesús. La proclamación del Evangelio es llamada a vivir bajo la acción transformadora de la vida humana que opera el Espíritu Santo en todos los que a Cristo y se convierten a Dios mediante la fe en Jesús: «Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hch 4,12). Es, pues necesario el arrepentimiento y la confesión del nombre de Jesús para recibir el bautismo y salvarse. Ved la necesidad del bautismo para la salvación y, por lo mismo la necesidad de la predicación, como recuerda san Pablo en la carta a los Romanos, para que se produzca la audición y escucha del mensaje de salvación: «¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿Cómo predicarán si no son enviados?» (Rm 10, 14-15).
Ver la necesidad de las vocaciones y cómo hemos de orar para recibirlas de aquel que nos las puede dar. Una comunidad cristiana que no produce vocaciones no tiene aquel fruto que ha de dar la vocación universal de los bautizados a la santidad de vida. Tenemos que pedirle estas vocaciones a Dios para que surjan y se configuren con el Buen Pastor mediante el seguimiento apostólico, también en estos tiempos de dificultad, tan hondamente marcados por lo útil y placentero, tiempos poco aptos para la renuncia y la entrega generosa de la vida. Somos, es verdad, solidarios, y las desgracias sacan de nosotros siempre lo mejor de nosotros mismos, como estamos viendo en el cuidado generoso y entregado a la curación de los enfermos de esta pandemia tan dolorosa para todos.
Es verdad es así, pero aún nos falta la necesaria pasión y coherencia en el seguimiento de Jesús, médico espiritual de nuestras almas. Nuestra sociedad es tan materialista que ni siquiera ha percibido el carácter de necesidad esencial que tiene la práctica de la fe para la vida del hombre. La generosa entrega de los sacerdotes para asistir a los enfermos ha sido durante esta pandemia en algunos momentos imposible y obstaculizada, ha tenido que producirse en gran medida a contracorriente. No se ha percibido la urgencia de la asistencia espiritual al enfermo en ocasiones como als que estamos viviendo.
Los sufrimientos físicos y espirituales acompañan la vocación cristiana y la vocación apostólica, forman parte de la configuración con Cristo. Cuesta hacer comprender que los sufrimientos sólo serán plenamente soportados mediante su transformación espiritual en obra de redención. San Pedro dice que debemos imitar a Cristo, que «padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas» (1 Pe 2,21). Porque él padeció por nosotros, hemos vuelto al «pastor y guardián de nuestras vidas» (1 Pe 2,25). El árbol de la cruz ha florecido y al venerar las cruces engalanadas en este mes de mayo, que no podemos celebrar como hubiéramos querido, se nos ofrece la ocasión de contemplar en la cruz el signo de nuestra gloria futura. Este Jesús que por nosotros padeció la pasión y la cruz se hace presente en el sacramento del altar con su pasión, muerte y resurrección, y nos invita a tomar parte en este banquete de vida eterna, que él nos ofrece como medicina saludable, para la vida eterna.
S.A.I. Catedral de la Encarnación
3 de mayo de 2020.
+ Adolfo González Montes, Obispo de Almería