Homilías Obispo - Obispo Emérito

Homilía en el Domingo de la Sagrada Familia. Día de la entrega de la Ciudad de Almería a los Reyes Católicos

Homilía en el Domingo de la Sagrada Familia
Día de la entrega de la Ciudad de Almería a los Reyes Católicos

Lecturas bíblicas:

Eclo 3,3-7.14-17a
Sal 127,1-5
Col 3,12-21
Mt 2,13-15-19.23

Excelentísimo Cabildo Catedral y hermanos sacerdotes;
Ilmo. Sr. Alcalde y Autoridades civiles y militares;

Hermanos y hermanas:

Coincide este año en el calendario el domingo infraoctava de Navidad, Fiesta de la Sagrada Familia, y la fecha histórica de la entrega de la ciudad de Almería a los Reyes Católicos en 1489. Esta coincidencia de fechas nos permite reflexionar sobre el significado social y eclesial que tiene la familia como institución natural, perteneciente al orden de la creación, y como célula eclesial, verdadera «iglesia doméstica». En ella se nace a la vida natural por generación y se nace asimismo a vida sobrenatural o divina por el bautismo, que nos incorpora a la Iglesia, familia de los hijos de Dios y cuerpo místico de Cristo.

El acontecimiento histórico que conmemoramos devolvió nuestra ciudad y sus territorios a la cristiandad, a la cual había pertenecido, haciendo posible de nuevo el retorno de la Iglesia a la sociedad de la que había sido expulsada. La Iglesia sólo a duras penas y con grandes condicionamientos perduró algún tiempo durante la dominación musulmana en estos territorios antes cristianos. Los mozárabes, cristianos que vivían bajo la dominación islámica, lentamente se vieron obligados a abandonar el territorio para refugiarse en los reinos cristianos del Norte.  Con la entrega de la ciudad a los Reyes Católicos, Almería recobraba de nuevo su lugar en una sociedad que quería ser cristiana; y que aunó la empresa histórica de todos los reinos cristianos de España, igual que contó con el apoyo de los reinos de Europa, en el logro de una empresa cuyo objetivo era devolver a la fe cristiana los territorios ocupados por la invasión musulmana.

Hoy, en otros tiempos, y a pesar de que los cristianos siguen siendo perseguidos en diversas partes del mundo, y en países donde son minoritarias frente a las mayorías musulmanas, deseamos una convivencia verdadera con el islam y con todas las religiones y culturas, sin abdicar de nuestra identidad histórica cristiana. Partes sustancial de esta identidad es la concepción de la familia, que tanto se distingue de otras tradiciones familiares de otras religiones, aun cuando tenga muchas cosas en común, por asentarse la realidad familiar sobre el matrimonio como institución de orden natural.

Conforme a la revelación cristiana la familia se fundamenta sobre la unión matrimonial, equiparando en derechos al hombre y a la mujer, poseedores de la misma dignidad humana en la diversidad de los sexos, según el designio de Dios. Esta fundamental igualdad en dignidad, fuente de los mismos derechos que los cónyuges tienen en cuanto personas, se expresa bíblicamente en el Génesis en las palabras de Adán al reconocer en Eva alguien igual a sí mismo: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Gn 2,23).

La concepción monógama del matrimonio y su carácter indisoluble descansa sobre la dignidad de los cónyuges, y la finalidad de la institución matrimonial, en la cual se le da al ser humano el marco de realización del verdadero amor, de carácter irreversible, que nunca se desdice de sí mismo. En el matrimonio encuentra la procreación uno de sus dos fines constitutivos de su naturaleza como institución natural querida por Dios y elevada a sacramento por Jesucristo, conforme al designio de Dios. Ambos fines dan razón de la condición indisoluble del matrimonio. Lo exige el verdadero amor de los cónyuges, que se realizan personalmente en la mutua entrega de los esposos; y lo exige la procreación humana y el bien de los hijos.

La familia es además pieza fundamental de la sociedad, porque en ella encuentra su lugar el hombre su desarrollo, que requiere tanto de la madre como del padre, siendo la privación de uno de los dos un imponderable que puede afectar profundamente al desarrollo personal de la prole. Esta dependencia de los hijos con relación a los padres, les confiere a éstos aquella mayor respetabilidad  que les coloca con autoridad sobre los hijos. Dice el autor del libro del Eclesiástico: “Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole” (Eclo 3,3).

Desacreditar y descalificar, o al menos relativizar el orden natural de la familia calificándola de tradicional o conservadora, si no de patriarcal, reiterando tópicos es construir sobre la nada, sobre todo cuando la cruda realidad de la experiencia sí desacredita sin paliativos los tópicos. Nadie pretende dejar sin amparo las familias monoparentales por defección y ausencia del padre biológico o de la madre, a veces inevitable con la muerte de uno de los cónyuges. La Iglesia propone siempre un necesario amparo social de la mujer, particularmente de la mujer embarazada en dificultad y una especial protección y amparo de de los niños.

Los progresos técnicos y científicos han cambiado en los últimos dos siglos las condiciones de la familia y sus realizaciones sociales y culturales. Sin embargo, como decía Papa Benedicto XVI en Barcelona, en la homilía de dedicación de la basílica de la Sagrada Familia, junto a los cambios positivos acaecidos, “deben estar siempre los progresos morales, como la atención, protección y ayuda a la familia, ya que el amor generoso e indisoluble de un hombre y una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural. Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad. Por eso, la Iglesia aboga por adecuadas medidas económicas y sociales para que la mujer encuentre en el hogar y en el trabajo su plena realización; para que el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar” (Benedicto XVI, Homilía en la dedicación de la basílica de la Sagrada Familia. Barcelona, 7 de noviembre de 2010).

Es patente a luz de la razón natural y a la luz de la revelación divina que el verdadero y único matrimonio, el constituido por un hombre y una mujer, no puede ser relativizado por relaciones entre personas que se le quieran equiparar mediante la ley positiva, porque la ley, consensuada o no, no puede cambiar el orden natural de las cosas ni tampoco modificar el juicio moral que lo dispuesto por la ley merece a la conciencia ética y a la moral religiosa.

Que el Hijo eterno de Dios haya querido nacer de María y venir al mundo en nuestra carne en el marco legal de una familia, recibiendo de José el nombre de “hijo de David” desvela cómo la familia entra en el designio de Dios como matriz y amparo de la vida humana y de su desarrollo, imagen y sacramento del amor originario del cual procede la vida.

El cristianismo aporta a la visión de la familia aquella luz que viene de Dios por Jesucristo, nacido en Belén, que quiso ser hijo de la familia de Nazaret, modelo y espejo donde han de mirarse las familias cristianas. No deja de ser admirable que, a pesar de la asfixiante campaña contra la concepción cristiana de la familia, ésta siga siendo la institución más valorada por la opinión pública y, en lo fundamental, permanezca como referente básico de los individuos.

Las fiestas de Navidad vienen a fortalecer la vida familiar, y la Sagrada Familia sigue llegando al corazón de todos, como realización conforme a la voluntad de Dios de aquella convivencia en el amor que sustenta la vida familiar, que tiene por guía “la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión” (Col 3,12), virtudes morales sobre las cuales se levanta una convivencia en la que la felicidad incluye el perdón y la disposición a sobrellevar unos las cargas de los otros.

Pidamos a la sagrada Familia de Nazaret que bendiga nuestras familias y ayude a superar las dificultades por las que pasan tantas familias, algunas fuertemente desestructuradas, para que aprendamos de Jesús. María y José a vivir conforme al designio de Dios, que sólo quiere el bien y la felicidad de los hombres. Aprendamos de María y José a dar al mundo testimonio de Jesús, como ellos entregaron a los hombres a Jesús, Palabra de Dios hecha carne, empezando por la transmisión a los niños de la fe, porque en la familia cristiana se aprende a hacer la señal de la cruz y a invocar al dulce y tierno Niño Jesús, de cuya compañía gozan los niños que lo invocan con la ayuda de sus padres.

Pidamos que la fe que profesamos ilumine a la sociedad débilmente cristiana de hoy, para que vuelva sobre su historia y descubra la razón de ser de la elección histórica que hicieron nuestros antepasados, que antepusieron a todo lo demás la voluntad de permanecer como cristianos, aún a costa de grandes sacrificios. Que el protomártir san Esteban, que murió por anunciar la palabra de Dios, se una a nuestra súplica para que por su intercesión se nos conceda la fidelidad a la fe en Cristo por la que él murió.

S.A.I. Catedral de la Encarnación
Almería, a 26 de diciembre de 2010.

En la Fiesta de la Sagrada Familia y 

en el aniversario de la entrega de la Ciudad

a los Reyes Católicos.

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

Mostrar más

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba