HOMILÍA DEL DOMINGO III DE ADVIENTO

Lecturas bíblicas: Is 61,1-2.10-11; Sal Lc1,46-50.53-54 (R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador); 1Ts 5,16-24; Aleluya: Is 61,1 (El Espíritu del Señor está sobre mí…); Jn 1,6-8.19-28.
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos en el tercer domingo de Adviento, conocido como el domingo del gozo o de la alegría, llamado así porque en él prima el anuncio de la salvación que viene y que es Cristo, luz del mundo que todo lo ilumina, transformando nuestras oscuridades en luminosa contemplación de la felicidad que Cristo trae con su nacimiento.
Entramos en la segunda parte del Adviento, y a la voz del profeta Isaías se suma hoy de nuevo, como ya la escuchábamos el pasado domingo la voz de Juan Bautista, prometiendo el bautismo en el Espíritu, que superará el bautismo de penitencia que él practicaba. Por eso le dice la gente que le escucha y que ha acudido a recibir el bautismo de penitencia: «Yo os bautizo con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo» (Mc 1,8).
En el evangelio de este tercer domingo el evangelista san Juan traza la etapa última o el preludio de la irrupción del Mesías salvador. Lo hace contraponiendo la personalidad del Bautista y la de Jesús: el primero es el precursor, no es la luz, sino el testigo de la luz. El evangelista echa mano de los grandes símbolos que describen el misterio de la persona y la misión de Jesús. La luz es uno de esos grandes símbolos de Cristo, que en el evangelio de san Juan le oímos decir: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).
El pasaje encierra la confesión de fe del Bautista en la persona de Jesús y en su misión como Mesías, ante el cual él sólo es precursor y la voz que anuncia al que ha de venir, del cual ha de dar testimonio.
Los adversarios acusaron a Jesús de dar testimonio no verdadero, ya que nadie debe dar testimonio de sí mismo. Jesús replica que su testimonio es verdadero, porque él sabe quién es en verdad, de dónde viene y adónde va. El Bautista da testimonio de Jesús, negando que quiera suplantarle, porque niega con rotunda respuesta ser el Mesías; no es Elías, que según la creencia extendida entre los judíos había sido arrebatado en un carro de fuego al cielo (2Re 2,11), y debía volver para convertir a Israel ante la inminencia del Día del Juicio (Mal 3,23. Tampoco es el profeta como Moisés que Dios prometió por medio de él a su pueblo (cf. Dt 18,15.19; y Hch 3, 22-23). La claridad de las respuestas del Bautista es meridiana y se mide por la gradación de las mismas. El bautista responde: «Yo no soy el Mesías» (Jn 1,20), y como tampoco es Elías, responde: «No lo soy» (1,21a), y finalmente como tampoco es el profeta de los tiempos últimos, responde escuetamente: «No» (1,21b). De sí mismo, haciendo suyas las palabras del profeta Isaías, agrega: «Yo soy “la voz del que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor” (como dijo el profeta Isaías)» (1,23). El pasaje encierra la confesión de fe del Bautista en la persona de Jesús y en su misión como Mesías, ante el cual él sólo es precursor y la voz que anuncia al que ha de venir, del cual ha de dar testimonio. Lo que el evangelista pone en boca del Bautista, lo ha dicho ya en el prólogo al evangelio: Juan era un enviado por Dios cuya misión era la de dar testimonio de la luz, «para que todos creyeran por medio de él» (1,7) que Jesús es el Verbo de Dios, «la luz verdadera que alumbra a todo hombre, viniendo a este mundo» (1,9).
Poco más adelante en el evangelio el testimonio de Juan Bautista señalará a Jesús como el Cordero de Dios (cf. Jn 1,36), y este testimonio encaminará hacia Jesús los primeros discípulos que dejando al bautista se irán detrás de Jesús y le seguirán en el discipulado. Con entusiasmo comunicarán a otros que han encontrado al Mesías del cual hablaron los profetas, el que bautizará con Espíritu Santo. Jesús mismo se reconocerá como el enviado de Dios sobre el que reposa el Espíritu, como se manifiesta en la sinagoga de Nazaret, después de leer el pasaje del profeta Isaías que acabamos de escuchar en la primera lectura: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados… para proclamar el año de gracia del Señor» (Is 61,1-2). Jesús dejando el rollo del profeta donde ha leído lo que hoy hemos escuchado, dirá: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21)
La Iglesia ha sido enviada por Jesús resucitado a anunciar el evangelio de la salvación, la buena noticia de la redención, mediante la cual Cristo ha librado al mundo de su perdición eterna.
Juan Bautista da testimonio de Jesús, es su misión y para ella ha sido enviado por Dios, va delante de Jesús como precursor anunciando la llegada del Salvador. La Iglesia ha sido enviada por Jesús resucitado a anunciar el evangelio de la salvación, la buena noticia de la redención, mediante la cual Cristo ha librado al mundo de su perdición eterna. Él es el portador del Espíritu vivificador y santificador, por cuya actuación ha sido concebido en las entrañas de la Virgen María. El Espíritu descendió sobre Jesús en el bautismo, y lo sostiene en su misión de evangelizador del Padre y enviado al mundo para sanar sus heridas y recobrarlo del pecado y de la muerte. El Espíritu es el gran don de la pascua de Cristo, el fruto de su muerte y resurrección, el Espíritu que había sido prometido para los tiempos finales, por medio del cual Dios haría nuevas todas las cosas. Por eso, san Pablo, el gran apóstol de los pueblos gentiles, recomienda a la comunidad de Tesalónica, como hemos escuchado en la segunda lectura, que los cristianos han de mantenerse permanentemente en oración y participando en la Acción de Gracias, en la Eucaristía. Están llamados a vivir en Cristo Jesús y no han de dejar que se apague el espíritu, ni despreciar el don de profecía, es decir, el don que viene del Espíritu Santo y capacita a los bautizados para el anuncio de Cristo y la llamada a la conversión.
Marchemos por la senda del apostolado activo, seamos fieles testigos de Cristo, como Juan el Bautista, llamando a todos a seguir a Cristo como camino de salvación, porque sólo él es la luz del mundo que ilumina la vida del hombre sobre la tierra y el destino final que nos espera en Dios, motivo de gozo permanente. A veces nos cuesta ser testigos de Jesús de palabra y de obra. Vivimos momentos de particular dificultad por la pandemia que nos acosa, se nos exige una gran responsabilidad en nuestra conducta, porque de este modo ejerceremos el testimonio de la justicia y de caridad, evitando ponernos en peligro con nuestra conducta y poner en peligro la vida de los demás.
Una situación de excepción como la que estamos viviendo no puede ser el momento más apropiado para resolver, sin diálogo suficiente y las consultas consignadas en nuestro ordenamiento jurídico, leyes tan importantes como la ley de educación, aprobada sin verdadero consenso parlamentario y sin el respeto debido a la libertad de enseñanza que garantiza la Constitución.
El compromiso cristiano nos pide también interesarnos por el desarrollo de la vida pública, atendiendo al modo de gobierno de nuestra sociedad y a cómo se resuelven los problemas más acuciantes. Una situación de excepción como la que estamos viviendo no puede ser el momento más apropiado para resolver, sin diálogo suficiente y las consultas consignadas en nuestro ordenamiento jurídico, leyes tan importantes como la ley de educación, aprobada sin verdadero consenso parlamentario y sin el respeto debido a la libertad de enseñanza que garantiza la Constitución. Muy grave es la decisión del Gobierno de aprobar una ley de eutanasia que es del todo condenable moralmente. La experiencia en los países en los que se cuenta con una ley de eutanasia es del todo negativa, porque la ley se convierte en el pretexto legal que permite suprimir la vida considerada una carga insoportable o inútil y favorecer la voluntad desesperada de quienes no quieren complicar la vida de nadie.
Lo han puesto de manifiesto los obispos españoles estos días en una nota clara y concisa. El Estado no tiene potestad para dictar normas para suprimir la vida de las personas.
La celebración del nacimiento de Cristo es celebración de la vida en plenitud: la vida que Dios nos entrega como don, y cuyas limitaciones en este mundo, que son reales, serán definitivamente superadas por el amor misericordioso de Dios. Sólo él nos puede dar la felicidad plena de la nueva creación con la llegada de su reino de salvación.
Nos preparamos para la celebración de la Navidad, que es tiempo de gozo porque Dios viene a nosotros en el Niño Jesús recién nacido a la vida de este mundo, para traernos la vida del mundo futuro. Que nos ayuden con su intercesión la Virgen María y san José, su esposo, a quien el Papa Francisco ha consagrado un año jubilar, al cumplirse los 150 años de la declaración por el beato Pío IX del custodio de la Sagrada Familia como Patrono de la Iglesia universal. Que ellos nos ayuden a valorar, cuidar y defender la vida de la persona, y muy en especial de cuantos, por sus limitaciones de edad y salud o por sus limitaciones sociales, de marginación, desamparo y soledad, demandan nuestro amor y cuidado.
S. A. I. Catedral de la Encarnación
13 de diciembre de 2020
† Adolfo González Montes
Obispo de Almería
Ilustración: Bautismo de Jesús por Juan Bautista. Anónimo. Siglo XVII
Óleo sobre tabla. Baptisterio de la Catedral de la Encarnación de Almería