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HOMILÍA DEL DOMINGO II DE ADVIENTO Clausura del Primer Centenario del Patrocinio de San Antonio de Padua sobre la Villa de Carboneras

Lecturas bíblicas: Bar 5,1-9; Sal 125,1-6; Flp 1,4-6.8-11; Lc 3,1-6

Queridos hermanos sacerdotes;

Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades;

Queridos hermanos y hermanas:

Este segundo domingo de Adviento llega para Carboneras con un contenido de hondo significado religioso, ya que los hijos de esta noble villa almeriense habéis querido que san Antonio de Padua sea en adelante vuestro Alcalde honorífico. Así lo habéis hecho saber, al elevar el Ayuntamiento de esta villa de gran tradición cristiana la solicitud al Obispo diocesano, para que otorgara la autorización canónica preceptiva para entregar a San Antonio el bastón de mando del municipio. Hemos concedido la autorización con sincero asentimiento, una vez que hemos constatado el apoyo prácticamente unánime de la población expresado por medio de sus representantes legítimos. Tenemos la esperanza de que este gesto acreciente la vida cristiana en los fieles de la población, en consonancia con el honor que otorgáis al santo doctor franciscano, eminente e incansable predicador del Evangelio, cuya vida transcurrió durante los últimos años del siglo XII y poco más de las tres primeras décadas del siglo XIII, de 1188 a 1232.

San Antonio nació en Lisboa de la familia noble de los Buillon, y su nombre de bautismo fue Fernando. Que viniera a pasar a la posteridad con el nombre de Antonio se debe a que al entrar en la orden recién fundada por san Francisco de Asís, cambió su nombre siguiendo la tradición religiosa, después de haberse iniciado en el camino de los consejos evangélicos en la vida conventual de los canónigos regulares agustinos y haberse ordenado sacerdote en 1219. El nombre de Padua bien es sabido que se le impuso por haberle sorprendido la muerte en esta ciudad italiana en la que pasó los apenas tres últimos años de su vida, retirado ya de una vida de incansable actividad evangelizadora, y tras haberse encargado de la formación de los estudiantes de la nueva orden de los franciscanos por expreso deseo de san Francisco de Asís, al que había conocido en Sicilia en 1221. Llegó a la isla de modo fortuito, arrastrada por las olas del Mediterráneo la embarcación que le devolvía a Portugal. Una tempestad le abrió el camino de la predicación en Italia, después de haber pasado un año entre los musulmanes de Marruecos, con ansias de alcanzar el martirio.

San Antonio es el primer maestro franciscano en enseñar teología, desempeñando la docencia en Bolonia primero, después en Montpelier y Tolosa de Francia, entre otros lugares; y habiéndose extendido su fama de predicador por toda Italia y Francia, que recorrió incansablemente oponiéndose a las deviaciones de la herejía en su época, al tiempo que ocupaba de la orden franciscana desempeñando tareas de gobierno como ministro provincial. El nombre de Padua quedó para siempre unido a su nombre de religión no sólo porque en esta ciudad italiana halló la muerte, enfermo ya de una vida intensamente consagrada al Evangelio, sino porque en ella compuso además sus Sermones, en los que condensa su arte oratoria y sus predicaciones.

San Antonio llegó a Sicilia en una embarcación golpeada por las olas, y su sagrada imagen llegó a Carboneras arrastrada por las mismas olas del Mediterráneo, en la embarcación en la que era portada con otro destino. Desde hace tres siglos la presencia de la sagrada imagen del santo Patrón, trasladado primero al Castillo de San Andrés y, posteriormente, una vez creada la parroquia de Carboneras, en la iglesia parroquial, ha inspirado la fe de los habitantes de la costa y, particularmente de los pescadores.

El patrocinio de san Antonio de Padua sobre Carboneras tiene ya un centenar de años tras de sí, pues fue aprobado por decreto episcopal el 29 de abril de 1918 emitido por nuestro predecesor en la sede de Almería Mons. Vicente Casanova y Marzol. Con motivo de este primer centenario del patrocinio de san Antonio de Padua sobre la villa, el Ayuntamiento de Carboneras ha querido honrar la historia de amor que se ha establecido entre el santo doctor franciscano y la villa, particularmente con los pescadores, nombrándole Alcalde honorífico perpetuo. Se comprenderá que diga que este acto de amor hacia un santo tan querido por el pueblo fiel de la Iglesia Católica ha de contribuir no sólo a confirmar la historia de la tradición religiosa de Carboneras, sino comprometer la vida cristiana de sus moradores con el Evangelio de Cristo, a cuyo nacimiento nos prepara el tiempo santo del Adviento que hemos comenzado.

El Adviento nos trae un mensaje de esperanza, que ya resuena antes del nacimiento de Cristo en las sagradas Escrituras, al anunciar los profetas la llegada del Mesías esperado, que traerá la liberación a Israel de la aflicción a la que han llevado al pueblo elegido el abandono de los mandamientos de Dios. Hemos escuchado cómo el profeta Baruc anuncia a Jerusalén la cancelación de la aflicción y el luto que envolvía a la ciudad santa, tras haber vivido el destierro y la cautividad, y haber conocido la dominación extranjera que le arrancó la libertad y la soberanía al pueblo de Dios. Baruc se hace eco de las palabras de profeta Isaías y se sirve de las imágenes de la conversión a Dios que propone el profeta: «Dios ha mandado abajarse a los montes elevados, a todas las colinas encumbradas, ha mandado que se llenen los barrancos hasta allanar el suelo, para que Israel camine con seguridad, guiado por la gloria de Dios» (Ba 5,7). Mensaje que llega a nosotros para que apartemos la soberbia de una vida al margen de Dios y de los mandamientos y mediante la conversión a la palabra de Dios allanemos el camino al Señor, como exhortaba Isaías siglos antes de Baruc.

Esta llamada a la conversión encuentra un eco especial en la predicación de Juan Bautista, como la evoca el evangelio de san Lucas que hemos escuchado.  La salida de Jesús, después del período de su vida oculta en Nazaret, aconteció precedida de la actividad de Juan Bautista, el precursor que anunciaba la urgencia de la penitencia y predicaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, retomando también, como Baruc, el mensaje del gran profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y las colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguales. Y todos verán la salvación de Dios» (Lc 3,5-6: cf. Is 40,3-5).

Si es preciso rebajar las colinas de la soberbia y del orgullo con los que tantas veces procedemos en la vida, recobrando la necesaria humildad que la conversión al Evangelio nos pide, hemos de superar también los desánimos y la desesperanza. El Adviento estimula nuestra fe, que es el fundamento de la esperanza que tenemos en Cristo, en quien Dios nos ha revelado su amor misericordioso e irreversible por el mundo. Creemos que hemos sido redimidos por la muerte y resurrección de Cristo, acontecidas por nosotros y por nuestra salvación, hechos históricos donde Dios Padre ha revelado el perdón y la misericordia que borran nuestros pecados. Creemos que en Cristo Dios nos otorga la esperanza de la resurrección futura y la felicidad de la vida eterna. Son contenidos centrales de la fe cristiana opuestos al materialismo de nuestro tiempo y el fuerte agnosticismo de la cultura sin Dios de nuestros días, que se impone de forma dura y frecuentemente de modo beligerante.

Por esto, queridos hermanos y hermanas, tenemos que hacer valer, en el marco de una sociedad abierta y verdaderamente democrática, la fe y la práctica pública de la religión sin cobardías. La fe religiosa inspira la conducta privada y pública: el modo de entender la vida humana y la ordenación de la sociedad. El laicismo de nuestro tiempo pretende arrinconar la religión reduciéndola meras creencias privadas, pero la religión inspira la moral de la conducta de las personas en el ámbito privado y en el público, sin que sea posible ejercer el derecho fundamental de libertad religiosa, que es inherente a la dignidad de las personas, si se conculca la práctica de la fe y se recrimina o impide la inspiración de la conducta y presencia de los creyentes en el ámbito de la vida pública. Hay posturas políticas que no valoran positivamente la religión y sólo la toleran por los bienes que puede aportar a la sociedad en determinadas circunstancias, que se desean pasajeras; pero la religión no puede ser sustituida por ideologías antirreligiosas y de ello la historia nos ofrece la lección de la experiencia y los dolorosos hechos del pasado que no pueden repetirse.

Por todo ello, si hoy honramos a san Antonio como vosotros, queridos feligreses de Carboneras, habéis querido hacerlo, este compromiso con la fe de las generaciones que nos han precedido quiera el Señor que sirva de acicate para recobrar la inspiración cristiana de la vida que la hace fecunda. Una vida iluminada por la luz del Evangelio de Cristo, que deseamos transmitir a las jóvenes generaciones sometidas a la presión ideológica de la cultura ambiente desde la infancia por un sistema educativo que margina la religión como integrante fundamental de una educación integral de la persona. No podemos estar satisfechos ni como ciudadanos ni como creyentes con la imposición de una cultura que pone obstáculos y hace difícil vivir y educar en la fe en Dios que profesamos como discípulos de Cristo nuestro Señor.

Pongo en manos de san Antonio, cuya intercesión de une a la intercesión maternal de la Virgen Santísima, a la que invocamos con tantas advocaciones marianas hondamente arraigadas en nuestra tierra, entre las que es especialmente venerada entre nosotros la de la Santísima Virgen del Carmen, estrella que ha guiado e ilumina la fe en Jesús de nuestros pescadores, la Madre de Cristo y de la Iglesia honrada por los fieles como intercesora ante su divino Hijo, señora y madre nuestra. Que San Antonio y Santa María supliquen con nosotros la gracia de aquel que es Mediador único entre Dios y los hombres, Jesucristo nuestro Señor, cuando nos preparamos a la celebración de nacimiento en nuestra carne.

Iglesia parroquial de San Antonio de Padua

Carboneras, 9 de diciembre de 2018

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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