Homilías Obispo - Obispo Emérito

HOMILÍA DE LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS Jornada Mundial de la Paz

Lecturas bíblicas: Núm 6,22-27;Sal 66,2-3.5-6.8; Gál 4,4-7; Lc 2,16-21

Queridos hermanos y hermanas:

La solemnidad que celebramos en este día primero del nuevo año está consagrada a la Madre de Dios. Podemos decir que, si la liturgia se centra toda la octava desde el día de la Navidad en el Niño, el Hijo de Dios hecho carne, la octava se cierra con una mirada puesta en la Madre del Señor, una mirada llena de agradecimiento y de tierna confianza en la que es la Madre de Dios a la luz de la fe en la humanidad de Jesucristo. Fue el Concilio de Éfeso en el año 431 el que proclamó la maternidad divina de la Virgen María. En este concilio tuvo importante protagonismo el gran padre de la Iglesia antigua san Cirilo de Alejandría, y su nombre y enseñanzas están desde entonces unidas a la defensa de la maternidad divina de María. San Cirilo mostró cómo el Concilio no innovaba nada con este dogma mariano, pues la declaración conciliar no afirma ciertamente nada que no esté ya contenido en la fe. El Concilio de Nicea del año 325, un siglo anterior al Concilio de Éfeso había declarado sobre Jesucristo ser verdadero Hijo de Dios, concebido y nacido de la Virgen María. Es lo que seguimos recitando en el en el Credo de la Misa: Jesucristo, nacido de María Virgen es Dios verdadero de Dios verdadero. Por su parte el Concilio de Nicea recogía la fe profesada por la Iglesia desde la época apostólica.

La Iglesia bizantina celebró desde muy temprano la fiesta de la Santísima Madre de Dios (en griego Theotókos) el día 26 de diciembre, al día siguiente de haber celebrado la Natividad del Señor el día 25. De Oriente nos vino esta fiesta mariana, que celebra a María como personaje secundario después de haber celebrado a Cristo como personaje principal. De este modo en esta fiesta, tal vez la más antigua en honor de la Virgen Madre de Dios, después de adorar al Niño nacido de sus purísimas entrañas, alabamos y bendecimos al Dios misericordioso por su santísima Madre.

Sin embargo, esta fiesta ha conocido algunas variaciones a lo largo de los siglos, acumulándose en ella contenidos muy valiosos de la historia de la redención realizada por Jesucristo. Así en este día se comenzó a celebrar ya en el siglo VI en España, igual que en las Galias (Francia), la «circuncisión del Señor», que hoy se lee en el evangelio del día según san Lucas. El evangelio recoge una importante dimensión de la encarnación del Hijo de Dios, narrando justamente el sometimiento de Jesús y de la sagrada Familia a la ley mosaica. Según lo prescrito en la ley de Moisés: «Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción» (Lc 2,21). Cumpliendo la prescripción de la ley, Jesús es circuncidado como todos los varones del pueblo judío, quedando en su carne de tierno infante la marca y señal de la Alianza entre Dios y el pueblo elegido. Jesús nace bajo la ley conforme al designio de Dios y así dice san Pablo que, «cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial» (cf. Gál 4,4-5).

El nacimiento de mujer, hace a Jesús igual a todos los humanos; y el sometimiento a la ley le hace solidario de la promesa hecha al pueblo elegido de verse libre de este sometimiento, que Cristo llevará cabo pagando el alto precio de su sangre derramada para obtener la liberación de todos los cautivos por el pecado[1]. En Cristo hemos sido rescatados y redimidos, es decir, «liberados de la conducta estéril heredada por tradición, sino con la preciosa sangre de Cristo, cordero inmaculado sin defecto ni mancha» (1 Pe1,19).

Como hemos dicho, en España, antes de la invasión musulmana, el día 1 de enero se celebraba ya en el siglo VI la fiesta de la circuncisión del Señor y la maternidad divina de María a mediados del siglo VII, conforme lo establece el X Concilio de Toledo en el año 656. Esta fiesta  se celebraba en la España hispano-visigoda el 18 de diciembre, día que ha perdurado en nuestro calendario litúrgico, en el cual se celebra a la Virgen de la O, llamada por eso «Virgen de la buena esperanza» y «Virgen del buen parto», mientras en Roma se celebraba por las mismas fechas esta fiesta mariana en este día primero de enero[2].

Con la reforma litúrgica del II Concilio Vaticano se ha repuesto la tradición de la Iglesia romana de celebrar el 1 de enero esta solemnidad de la Madre de Dios. María está en el corazón de todos los fieles porque de ella hemos recibido al Autor de la vida, Jesucristo nuestro Señor. Dios ha derramado sobre la Virgen Madre la plenitud de la bendición que Moisés entregó a su hermano Aarón, sumo sacerdote y a sus hijos, para que bendijeran al pueblo. Sobre María reposó la paz de la reconciliación de Dios con la criatura, porque sobre ella descendió el Espíritu Santo con su poder creador para disponer un cuerpo para el Verbo eterno, el Hijo engendrado en el seno del Padre antes del tiempo. En ella tomó el cuerpo, nuestra carne y humanidad para liberarla del pecado y de la muerte eterna.

Nos sentimos atraídos por el olor de sus perfumes, porque María, bendecida por Dios entre todas las mujeres, como la proclamó su prima santa Isabel, nos ha entregado al Enmanuel, al «Dios-con-nosotros». María es Madre de Dios, porque es Madre del Hijo de Dios, pero María es también nuestra Madre según el espíritu, porque Jesús nos la entregó desde la Cruz confiándosela a Juan. El santo papa Pablo VI la proclamó Madre de la Iglesia, Madre de los fieles y los Pastores, haciéndose eco de que, desde los primeros momentos de la Iglesia, María ha sido invocada como Madre por todas las generaciones de los hijos de la Iglesia.

Nadie como María ha recibido la bendición del Señor: ella, madre y figura de la Iglesia, es la perfecta discípula de Cristo, que es al tiempo Hijo de Dios e hijo de María. Por eso la bendecimos como Dios bendecía por medio de Moisés al pueblo elegido en que ella nació como la verdadera «hija de Sión», en quien se recapitula el mismo pueblo fiel de la antigua Alianza. Por Jesús nacido de María podemos llamar a Dios Padre, invitando a todas las naciones a la alabanza divina, mientras unidos a los pastores adoramos al Niño, al que absortos contemplan María y José en el pesebre de Belén. María ha dado un sí a Dios y Dios se ha hecho hombre en su seno y ahora, medita en su corazón tan grande maravilla, misterio que la sobrepasa. La circuncisión del Niño es su primera experiencia de dolor, de la que participan María y José.

Comenzamos el año, recibiendo también nosotros la bendición divina, acompañados de la madre del Redentor, al que ponen por nombre Jesús «como lo había llamado el ángel antes de su concepción» (Lc 2, 21). Que María nos acompañe durante todo el nuevo año, que pedimos a Dios sea de paz y bendición para todos los hombres de buena voluntad.

Todos tenemos necesidad de paz interior y exterior, la necesitamos para nuestro corazón y la necesitan las naciones como marco natural de buenas relaciones y recíproco servicio. Por eso el Papa afirma en su mensaje para esta Jornada del primero de enero, Jornada mundial de la paz, asegura que «la buena política está al servicio de la paz». Los gobernantes están obligados a buscar la paz, si aman de verdad a su pueblo y la sociedad a la que sirven. La Iglesia es portadora de paz, y los evangelizadores anuncian la paz que nos Jesucristo ha venido a traer al mundo. Jesús proclamó bienaventurados a los constructores de la paz, construcción en la que tienen una particular responsabilidad los jefes y guías de las naciones.  Por eso, el Papa, en su mensaje, dice: «La política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción». Ojalá todos puedan entender estas palabras y poner por obra la construcción de la paz.

A la Virgen María, Madre del Príncipe de la Paz, confiamos la construcción de una civilización del amor y de la paz.

S.A.I. Catedral de la Encarnación

1 de enero de 2019

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

 

[1] Cf. Nota a Gál 4,4-5 en la edición crítica de Nuevo Testamento. Edición crítica sobre el texto original griego del Nuevo Testamento, de M. Iglesias González SJ (Madrid 2017) 777.

[2] E. Lodi, Los santos del calendario romano. Orar con los santos en la liturgia(Madrid 31992) 33-34.

Mostrar más

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba