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HOMILÍA DE LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

Lecturas bíblicas: Is 42,1-4.6-7. Sal 28,1-4.9-10 (R/. «El Señor bendice a su pueblo con la paz»). Hch 10,34-38. Aleluya: Mc 9,6 («Los cielos se abrieron y se oyó la voz del Padre…»). Mc 1,6b-11.

Queridos hermanos y hermanas:

Con la fiesta del domingo del bautismo del Señor termina la Navidad y comenzaremos el tiempo ordinario del año. En el bautismo Jesús es manifestado a Israel como aquel que había de venir, y así ungido por el Espíritu Santo, da comienzo el ministerio público del Señor. De nuevo es el profeta Isaías el que ilumina el misterio de Cristo, esta vez en la figura profética del Siervo de Dios, figura de Cristo y de su misión como evangelizador del Padre. La figura del siervo ofrece, en los cuatro cánticos o poemas que encontramos en Isaías, en el llamado «Libro de la consolación de Israel», un perfil que parece hacer referencia tanto al pueblo elegido como a un misterioso personaje a quien Dios llama y confía la misión consoladora de anunciar la salvación a Israel y, más aún, de ser él mismo quien ejerce la justicia divina. El siervo se manifestará como enviado de Dios para anunciar el perdón que otorga a su pueblo, acompañado de la liberación y el rescate de los que fueron forzados al destierro y a los que ahora se les anuncia la salvación. El siervo llevará a cabo la misión que se le encomienda de «implantar el derecho en la tierra y su enseñanza que anhelan las islas» (Is 42,4).

El siervo —dice Dios por medio del profeta— es «mi elegido en quien se complace mi alma» (Is 42,1), al que Dios ha llamado y envía a la misión (cf. Is 42,1). Su acción no será estridente ni violenta, porque no vociferará ni gritará por las calles, ni apagará el pábilo vacilante, pero actuará con firmeza y constancia (vv. 42,2-4). Esta descripción del siervo inspira la narración que hemos escuchado del bautismo de Jesús, que al salir del agua después de ser bautizado por Juan Bautista «vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco”» (Mc 1,6b-11). Esta voz que resuena desde los cielos, como la visión del Espíritu que desciende sobre Jesús en forma de paloma son contenido de una experiencia de revelación que Jesús vive en su bautismo y que afianza en él su identidad y misión de salvación para la que ha sido enviado al mundo por el Padre. Jesús hace suya y se identifica con la experiencia del siervo de Isaías, y de este modo se prepara para «ser alianza del pueblo y luz de las gentes» (Is 42,6), y llevar a cabo la iluminación de la vida de cuantos viven presos del pecado. El profeta expresa esta iluminación en acciones de curación y liberación como “abrir los ojos ciegos” y hallarse preso “en las tinieblas de la cárcel” (v. 42,7).

Jesús hace suya y se identifica con la experiencia del siervo de Isaías, y de este modo se prepara para «ser alianza del pueblo y luz de las gentes» (Is 42,6), y llevar a cabo la iluminación de la vida de cuantos viven presos del pecado.

Cuando el Bautista, preso en la cárcel de Maqueronte, donde le tiene recluido Herodes Antipas, envíe a sus discípulos a preguntar a Jesús si él es el que ha de venir o se ha de esperar a otro, Jesús responderá con Isaías: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Noticia; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!» (Mt 11,4-6). Los términos de la respuesta de Jesús tienen un claro trasfondo de Isaías, el mismo que Jesús declaró ante sus paisanos en la sinagoga de Nazaret que habían de aplicársele a él. Después de leer en el Isaías estas palabras: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido a evangelizar a los pobres, me ha enviado a proclamar a los cautivos la libertad (…) y proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19→ Is 61,1-2), Jesús comenzó su comentario: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (v. 4,21).

A esta misión liberadora de Jesús se refiere san Pedro en discurso que pronunció en casa del centurión romano Cornelio, como hemos escuchado en la segunda lectura, refiriéndose a «como Dios a Jesús de Nazaret lo ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él» (Hch 10,38). Para esta misión fue bautizado Jesús, cargando sobre sí, él que era el único hombre justo y no tenía pecado, los pecados de los hombres, para llevarlos con él a la cruz para crucificar en ella al hombre viejo, al hombre pecador y rescatarnos del pecado y de la muerte. Tal es el sentido del bautismo de Jesús, que, al hacerse bautizar por Juan Bautista, quiere cumplir toda justicia al designio de Dios en obediencia (cf. Mt 3,15). Al acudir con los pecadores al bautismo de penitencia de Juan en el Jordán, Jesús se pone él mismo como modelo del hombre pecador ante Dios, preparando de este modo la adopción cristiana del rito bautismal como lugar donde sacramentalmente el pecador se identifica con la muerte y resurrección de Cristo y es regenerado por la acción del Espíritu Santo.

La visión del bautismo de Cristo que encontramos en el evangelio de san Juan se completa con el testimonio que de Cristo da Juan Bautista. Juan declara que ha participado de la visión del mismo Jesús, contemplando cómo el Espíritu sobre Jesús y dándole a conocer al bautista quien es en verdad Jesús: «Y yo le he visto y he dado testimonio de que este es el Elegido de Dios» (Jn 1,34). Son las mismas palabras que encontramos en Isaías: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo, mi elegido en quien me complazco» (Is 42,1). A estas palabras divinas se refiere Juan Bautista, quien confiesa la verdadera identidad de Jesús al señalarle ante sus discípulos diciendo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). Jesús ha venido a liberar al mundo del pecado solidarizándose plenamente con los pecadores. San Pablo comentará con estremecedora verdad: «A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él» (2Cor 5,21).

El bautismo de Jesús es inicio y modelo del bautismo cristiano, sacramento de la fe que Jesús ordena a sus apóstoles deben practicar con la predicación de la Buena Noticia de la salvación

Como hemos dicho, el bautismo de Jesús es inicio y modelo del bautismo cristiano, sacramento de la fe que Jesús ordena a sus apóstoles deben practicar con la predicación de la Buena Noticia de la salvación, realizando el bautismo «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19), fórmula trinitaria que el evangelista recoge ya de la práctica de la comunidad cristiana. El bautismo fue practicado por las comunidades cristianas desde el origen, siguiendo el ejemplo de Cristo y su mandato. Hoy parece perderse la conciencia en muchos cristianos de la necesidad del bautismo para la salvación, dejando muchos padres sin bautizar a sus hijos, con la falsa ilusión de que actúan así de modo neutral sin inclinar ni introducir a sus hijos en la fe, para que decidan por sí mismos; pero, si hiciéramos lo mismo con el alimento y la educación, ¿qué futuro tendrían los hijos al margen del proceso natural y necesario de socialización? La fe forma parte de la vida de las personas sin que pueda ser puesta entre paréntesis por los padres a la hora de guiar y acompañar el crecimiento de sus hijos.

La Iglesia ha bautizado siempre a los niños desde los comienzos de la predicación apostólica, como lo testimonia el Nuevo Testamento y las fuentes cristianas. Hoy la sociedad en su conjunto no transmite la fe a los niños, más bien los alejará de la fe, porque vivimos en una cultura que ha dejado de orientarse por la inspiración cristiana de la vida. Es un grave error que los padres cristianos dejen sin bautizar a los niños, la fe requiere su desarrollo mediante una educación cristiana, en la cual tienen un protagonismo determinante los padres y la comunidad cristiana. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica que la fe con la que se acude al bautismo no es una fe perfecta y madura, sino el comienzo de un proceso de maduración cristiana[1]. No deberíamos olvidar, como añade el Catecismo, que todos los bautizados, niños o adultos, necesitamos crecer en la fe después del bautismo y, por eso mismo, «la Iglesia renueva cada año en la vigilia pascual la renovación de las promesas del bautismo»[2]. Los padres de la Iglesia antigua llamaron al bautismo «iluminación» (photismós) justo porque la fe con la que vamos al bautismo es la primera iluminación de la mente humana que caldea el corazón del que cree, y esta fe en crecimiento constante proyecta la luz de Cristo sobre todas las realidades de la vida. Dice san Gregorio Nacianceno en la lectura del Oficio del día en referencia a la acción del Espíritu Santo en el bautismo de Jesús: «Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él»[3].

Es un grave error que los padres cristianos dejen sin bautizar a los niños, la fe requiere su desarrollo mediante una educación cristiana, en la cual tienen un protagonismo determinante los padres y la comunidad cristiana.

En la fiesta del Bautismo del Señor reavivemos la conciencia de fe y supliquemos que nos sea dado mantener la fe que profesamos, y que la fe crezca en nosotros para llegar a la vida eterna. El bautismo y la Eucaristía son los grandes sacramentos de la fe, y la Eucaristía que vamos a celebrar alimenta la vida cristiana del que cree y nos fortalece en ella para dar testimonio de Cristo.

S.A.I. Catedral de la Encarnación

10 de enero de 2021

+ Adolfo González Montes, Obispo de Almería

 

Ilustración: El bautismo de Cristo. Vensis Slaov 2008. Iglesia parroquial de Alhama de Almería.

 

[1] Catecismo de la Iglesia Católica / Catechismus Catholicae Ecclesiae [CCE], n. 1253.

[2] CCE, n. 1254.

[3] San Gregorio Nacianceno, Sermón 39 («En las sagradas Luminarias»), 14-16: PG 36, 350-353.

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