Discursos, Alocuciones y Otros Escritos - Obispo Emérito

ALOCUCIÓN AL TÉRMINO DE LA PROCESIÓN DEL CORPUS CHRISTI

Queridos hermanos y hermanas, queridos diocesanos:

Damos término a la procesión del Corpus en esta histórica Plaza de la Catedral de nuestra ciudad, testigo de la permanente afluencia de los fieles a la celebración eucarística. Hemos vuelto a proclamar el evangelio de esta solemnidad después de haber celebrado la Eucaristía que el Señor nos mandó celebrar, haciendo nuestras las palabras del mandato eucarístico de Jesús sus Apóstoles la noche de la última Cena: «Haced esto en memoria mía» (1 Cor 11,24.25). Lo hemos hecho así y lo seguiremos haciendo para que la Iglesia siga siendo Iglesia, para que no falte la presencia sacramental de Cristo en los sagrarios de nuestras iglesias, presencia que reclama la comunión y la adoración: «Es hermoso estar con él y, reclinados sobre su pecho, como el discípulo predilecto, palpar el infinito amor de su corazón»[1].

Si se diluye la fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía, es la Iglesia la que se descompone y se hace girones, atraídos los cristianos por la fascinación del mundo y el estilo de vida sin Dios de nuestros días. Si pedimos al Espíritu Santo que fortalezca nuestra fe en la Eucaristía, la cohesión de la Iglesia se fortalecerá y superaremos las tentaciones de abandono que nos cercan.  Recordemos la enseñanza del Concilio y del magisterio perenne de la Iglesia: La Eucaristía hace la Iglesia, porque hace su unidad y la consolida, le da la cohesión que los cristianos necesitan para seguir siendo, unidos a Cristo, su cuerpo místico. Sólo la unión con Cristo puede desafiar los embates de las ideologías y del materialismo rampante de nuestro tiempo.

Tenemos que estar convencidos de lo que Jesús nos advierte, porque si no permanecemos como los sarmientos unidos a la vid, no podremos aspirar la savia de la vida divina de Cristo, que alimenta y regenera la vida de los sarmientos que somos nosotros. Hagamos memoria de las palabras de Jesús, que nos dice: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada» (Jn 14,5).

Cristo vino a traernos la verdad de Dios, para que toda nuestra vida esté iluminada por la palabra de Dios, que en Jesús se hizo carne y así, hecho hombre como nosotros, quiso permanecer en la Eucaristía para seguir en la historia ofreciéndonos la vida de Dios. Sin Dios, se oscurecerá el sentido de la vida y también la razón última y más verdadera de por qué tenemos que amar a nuestro prójimo, como lo recuerda esta Jornada de la Caridad. Reconocer en el hermano necesitado, emigrante o refugiado, enfermo, pobre y sin amparo alguno el rostro de Dios es obra de la fe, que rompe toda exclusión y alimenta la vida devolviéndole el sentido. Si escuchamos a Jesús que antes de multiplicar los panes y los peces, dice a sus Apóstoles: «Dales vosotros de comer» (Lc 9,13), entonces es que el mandato de dar de comer a los hermanos viene de Dios.

Adoremos este pan de vida eterna donde Cristo se oculta para dar vida al mundo y llevarnos a Dios.

 

Plaza de la Catedral

Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo

23 de junio de 2019

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

 

 

 

[1] San Juan Pablo II, Carta encíclica sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia Ecclesia de Eucharistia (2003), n. 25

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